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lunes, 24 de diciembre de 2012

¿Dónde estaba yo?


¿Dónde estaba yo? Necesitaría respuestas algo más claras que un silencio incómodo. Los silencios sólo son la respuesta cuando lo que se pregunta es nada.
¿Estaba en tu desesperación por hablar conmigo? Quisiera saber, también, si tal vez estaba en tus sonrisas al despertar cada mañana, por muchas lágrimas con las que éstas estuvieran aderezadas.
¿Estaba en tu corazón, latiendo a mil por hora? Tal vez hubiera formado parte de esa corriente sanguínea que no paraba de fluir  de helarte por dentro, de ponerte el vello de punta. Quizá estuviera en cada uno de esos vellos erizados, quizá me hubiera materializado en cada poro de cada milímetro de tu piel. ¿Dónde estaba cuando reclamabas mi presencia? ¿Era parte de tu enfado? ¿Era tus gritos de ahogo y pena? Quizá, y sólo quizá, hubiera existido parte de mi en ese desasosiego que padecías por mi culpa. Pero ahora no lo veo claro. ¿Estaba en tus pinturas? ¿En tus dibujos? Estaba presente en cada pincelada de color a tu gris realidad?
¿Estaba en un mensaje de texto a las 4 de la mañana reclamando una presencia invisible? Quizá fuera ese recuerdo que, lejos de evaporarse busca aferrarse a la vida por medio de píxeles.

Ahora dime... ¿Dónde estaba? ¿Dentro de esa angustia que te corroía por tenerme?

Dime... ¿Estaba en sus labios? ¿Acaso formaba parte de ese beso en mitad de la noche? Quizá estuviera presente en esas partículas de saliva que pendían temerosas entre vuestras bocas. Tal vez formara parte de sus labios. Noté que me reclamaste, que me echabas de menos, que me querías, que me necesitabas, que tenías que encontrarme, y me buscaste en el amor de otra persona. ¿Estaba en esa sonrisa en mitad del beso? "Estás en mi, en cada cosa que hago, en cada cosa que leo, escribo, dibujo, como, miro, o dejo de mirar, ahí estás, impidiéndome pensar en otra cosa que no seas tú". ¿Yo estaba ahí, entonces? ¿Formaba parte de sus manos rodeando tu cintura con la ternura del beso que compartíais? ¿Era parte de tu deseo por morder su labial inferior? ¿Estaba en su cálida lengua, moviéndose en tu boca y jugando con ella? Necesito alguna respuesta. Después de tu búsqueda inefable por tenerme, después de vivir el nivel ulterior de la obsesión por pensarme... ¿Dónde estaba yo? ¿Estaba en tus cubatas de medianoche? ¿Estaba en los hielos de la copa resultante de ese abrazo? ¿Estaba en tu ilusión después de separarte de su cara? ¿Estaba en el deseo de volverle a ver?
Dime, ¿Dónde estaba yo? ¿Estaba en tu deseo por su boca? ¿Estaba en esas caricias a su rostro? ¿En la ternura de su calor?
Lo que daría por poder explicar con letras cómo me siento. Porque si, tal vez estuviera en mi sentimiento de inquietud. Creo que estaba tan claro dónde estaba que resultaba imposible saberlo. La obviedad resulta en el desconocimiento. Creo que estaba en tu falsedad. Creo que estaba en el "lo sabía" que vino después. Quizá, y sólo quizá estuviera en la piel de gallina al escribir estas líneas, sabiendo lo que hubiera sentido si hubiera vivido aquello, si hubiera tenido esa respuesta, si hubiera sabido dónde estaba. Pero... no lo sé. ¿Dónde estaba? Creo que lo que más me duele, es que sabía que estaba en tu despecho.

Creo que estaba en tu sapiencia de que jamás serían mis labios los que besarías, y te conformabas con una copia, aún cuando mi recuerdo te invadiera. Aunque fuera con él, por cuya culpa me dejaste, por el cual te cabreabas si insinuaba cualquier atisbo de atracción entre vosotros. Y... ¿ahora? Ahora me mata haber tenido razón.


Si hubiera estado en ti en ese momento, sería extraño, porque no me sentí ni la mitad de sucio, falso, y miserable de lo que me hubiera tenido que sentir. Y hubiera sido el único momento en mi vida en el que hubiera deseado no sentir nada.

domingo, 16 de diciembre de 2012

Eva. (Sucia, dolorida, y desprolija).


Su lengua se solía volver gris, y muchas perfidias se despidieron de ella. Lo único que podía acariciar el suave tacto de los colores frente aquella estampa era su cabello, con la llama por definición metafórica. Todo estaba demasiado oscuro como para poder vislumbrar cualquier otra cosa que no fuera su pelo.

De pronto, Eva sintió una sensación de pura soledad, entre todo ese bullicio de gente, su cabeza viajaba a paso de tortuga por un túnel infinito. Sentía cómo le picaban los genitales de forma muy extraña. Sentía como su corazón latía muchísimo más rápido de lo normal, y cómo sus manos comenzaban a sudar irremediablemente.

Sintió deseos de contarle a alguien cómo estaba, pero para ello tendría que averiguar, realmente, cómo estaba. Ni ella misma era consciente de sus propios problemas. Simplemente ellos llegaban, se la follaban sin pedir permiso, y la dejaban en una cuneta, tirada, dolorida, lacerante, sola.

Su vida era una continua violación de su espíritu, pero sin la fortaleza mental que pudiera regalarle la costumbre del sufrimiento.

La gente pasaba por su lado, y su cuerpo se movía por inercia entre las calles de la ciudad. Otro leve picor invadió sus partes íntimas, y el entorno se oscureció aún más, lo que hizo que su cabello tomara la consistencia de una deflagración muy viva y violenta.

Escuchó su propia voz, llamándole desde un tiempo pasado, un tiempo que fue mejor. Se veía de niña entre fantasmas y mal olor,  dándole una margarita enorme que había encontrado entre las sucias hierbas de un adoquín pegado a la carretera al chico que le gustaba. Su cara, repleta de pecas vergonzosas, se estremeció y se llenó de tristeza al observar el pisotón a la flor de aquel muchacho, y toda la ilusión, la alegría, y la inocencia de la niña se evaporó por completo en ese preciso instante. Sintió el retumbar del pie impactando contra el suelo con la margarita de por medio, y observó con dolor el maltrecho estado en el que quedó instantes después de que el chico apartara el pie, y se diera media vuelta para marcharse corriendo sin mediar palabra. Pasó de la alegría más luminosa, a la desilusión más oscura que recordaba en su tierna infancia.

De pronto, y casi sin querer, su mente escapó del ensimismamiento, y  sus ojos verdes se abrieron de golpe, iluminando levemente el, prácticamente invisible camino que dejaba la gente al pasar a su vera. Brillaban más de la cuenta, como dos estrellas en mitad de la negra noche, rezumando sombras verdosas, haciendo desaparecer a todas las sombras que poblaban su imaginación y su recuerdo segundos antes.

Su cabeza se recreaba en su propia miseria. El picor del pubis pasó a recorrerle casi todo el cuerpo, pero sus manos no se movieron ni un ápice para poner fin al desagradable y diminuto surtimiento. Simplemente le daba igual.
Estaba sucia, despeinada, maltrecha, dolorida, con picores, con la nariz sangrante, con la boca seca, perdida y desorientada.
Imaginó, y sólo imaginó... que todo lo que pudiera haber dentro de su cabeza sería el menor de sus problemas.

viernes, 30 de noviembre de 2012

Psicoactivo.


El coche se detuvo en el arcén de una lujosa urbanización con un montón de chalés adosados a cada lado de la carretera. Me bajé del coche con la preocupación de tener que resolver un problema que, de entrada, no tenía ni idea de cómo solucionar, ya que mi experiencia en cuanto a motor, coches, y demás parafernalias relacionadas con este mundillo, era completamente nula. Observé ambos lados de la calle, y pude ver cuantro trozos de algo metálico y oxidado cerca de mi vehículo. Recogí los tornillos y los miré con cara de preocupación, pensando qué tocaba hacer ahora.

El problema parecía ser que los remaches de una de las ruedas traseras, por el motivo que fuera (tal vez tuviera algo que  ver el hecho de que el coche tenía cerca de 30 años, y las revisiones habían brillado por su ausencia) se habían soltado de su encaje, y por alguna circustancia que desconozco, habían quedado rotos, doblados, e inutilizables. Me quedé pensativo, con los tornillos en la mano, sin saber bien qué hacer, y resoplé unas cuantas veces.
De pronto, una voz resonó en la calle desierta y austera, adornada sólamente por una acera muy poco decorada, y las vallas de madera y arbustos que protegían la propiedad privada de las casas.

-¡Eh, tú!

Mi cerebro se desorientó una milésima de segundo, pero el grito me sirvió para salir del ensimismamiento y la obsesión de mi mirada por fijarse en los tornillos de la rueda. Tampoco sabía muy bien qué pretendía conseguir mirándolos sin más, porque lo que estaba claro es que solos, no iban arreglarse, y mis concimientos de mecánica eran los mismos que de baile clásico. Alzé la mirada, y observé a un hombre, de unos 30 años, con abundante barba y, hasta donde alcanzaba a ver, bastante atractivo a la vista, con ojos verdes muy profundos, y cejas muy pobladas que conseguían darle mucha personalidad al rostro, asomado a la ventana de la que parecía ser la casa más grande de todas las de la zona.
Me hablaba a través de unos barrotes de acero, bastante finos, pero con aspecto resistente. Unas buenas medidas de seguridad para evitar robos, desde luego.

-¿Si? ¿Qué pasa? - Contesté con simpatía.

- Se te ha averiado el coche, por lo que veo. ¿Están listas las premisas?

- Eh... si... eso parece.

 Contesé con cierta perplejidad. ¿Las premisas? ¿Qué premisas? Imaginé que sería alguna frase que no logré entender con claridad debido a la distancia desde la que estábamos manteniendo la conversación, tan escueta y simple, así que no le di demasiada importancia.

-¿Cual es el problema?  - Preguntó.

- Los tornillos de una de las ruedas - Respondí con preocupación, y volví a mirar los tornillos de nuevo. -Están destrozados.

-¡Eso es terrible! ¿Y no sabe cómo  solucionarlo?

El chico soltó una leve sonrisa. O al menos eso me había parecido. Aún así, y sin ganas de interpretar su mueca, le contesté que si, y aproveché para preguntarle si sabía algo de mecánica.
Me contó que no tenía ni idea, que él sólamente estaba allí "por que si" y que no tenía por qué saber nada de esas cosas. Me contó que tal vez, en estas laberínticas calles repletas de adosados, hubiera algún mecánico dispuesto a ayudarme, y comenzó a hablarme de lo tranquila que era su vida y lo simpáticos que eran los vecinos.
Su actitud resultaba a veces irritante, y a veces demasiado mística como para poder pensar en otra cosa. Mientras me hablaba, recorrí con la vista toda la inmensa fachada de la casa, hasta observar, unos metros más adelante, la puerta de entrada a la propiedad, y el cartel de "bienvenida" que este sostenía entre dos finas estructuras de metal, que se perdían a formar parte entre los matorrales y arbustos que a su vez formaban parte de las vallas de madera. Encima de estas columnas diminutas de hierro bastante bien cuidadas, y que daban forma a la puerta de entrada, podía leerse un cartel: "CENTRO SANATORIO MENTAL VILLA ROJA".
¿Un manicomio? Pensé en si era recomendable, que un interno de un manicomio pudiera tener una habitación con ventana directa a la calle, o incluso si sería legal.
De pronto sentí un cierto temor. Es cierto que, a veces, las palabras de aquel hombre sonaban com distorsionadas, muy alejadas de la realidad. Como si sus palabras, su mente, y su cuerpo, fueran absoluamente en direcciones opuestas, pero tampoco daba el perfil de "loco". Supongo que era demasiado pronto como para saber algo así, apenas le conocía de media hora.
La cobertura de mi móvil había desaparecido, y por la calle no pasaba absolutamente nadie. Ni coches aparcados, ni niños jugando, ni voces hablando. Absolutamente nada. Nada, excepto aquel hombre, asomado a la ventana de un manicomio, hablando con un pobre diablo que ha roto los tornillos de una de las ruedas de su coche, y se había quedado completamente tirado. Un pardillo como yo, hablando con un loco.

-¡Eh! ¡Las mejores ideas siempre llegan tarde! - Dijo el hombre desde la ventana, de nuevo.

No dije nada, sólamente le miré mientras él seguía hablando.

- Usted ha roto cuatro tornillos de una rueda, pero el coche tiene cuatro ruedas. Podría quitarle un tornillo a cada una de las tres ruedas restantes, y ponérselos a la otra. Eso le servirá para llegar a la gasolinera más cercana, o a una estación de servicio. Para salir de Villa Roja sólo tiene que seguir las indicaciones de las señales de tráfico. Sé que es un poco lioso, llevo viviendo aquí casi dos vidas, pero no tiene mucha pérdida.
Mi rostro palideció. ¿Cómo no se me había ocurrido antes? ¡Claro! Usar un tornillo de las tres ruedas restantes para colocar la cuarta. Parecía una idea simple, pero había que pensarla, procesarla, y sobre todo; decirla.
Después de sacudir varias veces la cabeza, un montón de dudas aporrearon la puerta de mi curiosidad, exigiendo respuestas. ¿Cómo una persona con ese ingenio estaba encerrada en ese lugar? ¿Cómo?

- ¡Eh! - Grité tratando de llamar su atención.

- ¡Las oportunidades para hablar han de ser ahora! Nunca sabes cuándo vas a fallar, pero desde luego que si. Habla. ¿Qué ocurre?

Obvie la falta de coherencia de sus palabras.

- Dime. ¿Cómo es posible que una persona tan lúcida e ingeniosa como tú esté encerrada en un sitio como ese? A mi no se me hubiera ocurrido tu idea de repartir los tornillos restantes.

Su respuesta, me heló la sangre, y un escalofrío, tenso y rígido, me recorrió la espalda:

- Yo estoy aquí encerrado por loco, no por tonto.