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domingo, 11 de mayo de 2014

Necios.

-23 de octubre de 1999. Despejado. Mar calmada. Unos 17 grados centígrados. Poca humedad-


—¡Necios! —Grité.
Hablaban de lo que no sabían, como siempre. Si se hubieran mordido la lengua hubieran caído fulminados por su veneno.
—¡Más que necios! —Volví a gritar. Estaba enfadado. Muy enfadado, y cada vez tenía menos claro qué hacía en aquel lugar. Sólo se dedicaban a mandar insultos y reproches a diestro y siniestro y a hablar sin experiencia ni razón. Gente vacía, como medusas, moviéndose por una inercia que ni ellos mismos controlaban.
Nunca fui una persona violenta, pero tanta mala saña junta me hacía replantearme mis principios. Porque todos tenemos un límite, aunque nunca haya sido partícipe de usar la fuerza para la resolución de conflictos (bueno, tampoco es que tuviera mucha –fuerza-), pero cuando la gota termina por colmar el vaso, el líquido se derrama. Y eso era mi cerebro, un vaso a punto de sobrepasar su límite. Sentí una presión en el pecho, las manos comenzaron a sudarme aunque permanecían heladas, y un montón de pensamientos bastante siniestros se me comenzaron a agolpar en la cabeza. Siniestros para lo que mi personalidad podía decir sobre mí, naturalmente.
—¡Algún día os tragaréis vuestras palabras! —¿Eso lo había dicho yo? Santo Dios. La única vez que juré venganza a alguien fue a la salida del instituto, a un idiota llamado Lorcan que me hacía la vida imposible. Su madre era profesora de inglés, nativa irlandesa y, como es natural, su hijo era el “intocable” dentro de clase, y además debía medir como 1’80, y era una bola. Nos tenía a todos bastante acojonados.
 Su máxima pretensión en la vida era hartarse de chocolate, ganchitos, dulces, y refrescos, pensando que su madre estaría ahí siempre para protegerle dentro de su pequeña parcela de poder, dentro de clase, metiéndose con todo el mundo, creyéndose el rey del mundo. Naturalmente la vida se encargó de que no fuera así, y a los 18 años se metió con un grupo de chavales a la salida de la universidad (ninguno sabíamos cómo había conseguido aprobar todas las asignaturas a la primera, siendo tan inútil como era). Por lo visto pensaba que las cosas en el instituto iban a ser iguales que en la universidad, y esa falsa sensación de poder que le dio haber estado sobreprotegido durante tantos años, hizo mella. Bueno, el caso es que le dieron una paliza de campeonato. El resultado fueron tres costillas rotas, la pérdida de un ojo, varios traumatismos craneoencefálicos y diversas magulladuras y heridas.
Entiendo que no es bueno (ni sano) alegrarse de las desgracias ajenas, pero ese idiota se lo merecía.
Creo que me he ido del tema. Pero ya no importa demasiado. Sólo quería desahogarme, creo que esta situación va a superar mi nivel dentro de muy poco tiempo. 

Voy a suspirar y a mantenerme sereno. Seguiré informando.

jueves, 1 de mayo de 2014

Un anhelo perdido.

Rompiendo la simpleza innoble en un suspiro. Perdiendo todo lo que anhelaste ser, por todo lo que luchaste, todo lo que creías al traste, a las curvas perfidiosas del súcubo más maldito. 
Al traste tu vocación, tu misión, tu vida, tu alma. Por la borda tu cuerpo, tu camino, tu fe, tu visión de ti mismo. Perdido todo por un casi, por un quizá, por un tal vez. Por un nada. Por un castillo en el aire. Disparando a ciegas, engañándote a ti mismo con que quizá saldrá bien, quizá no, quizá hoy mueras, quizá hoy ya no vuelvas a verle, y quizá no quieras hacerlo, quizá quieras envenenarle, cerrarle la puerta en las narices, dejarle agónica, gritando y suplicando en la lluvia. 
Acuchillando tu conciencia con tus propias uñas, largas, sucias, repletas de tierra y piel humana, y tu cara llena de arañazos, marcas, cicatrices. 
Discutiendo con la luz anhelando oscuridad, amartillando los dedos que te dan de leer, con la lengua que recoge y limpia tu propia sangre, lamiendo el acero, riendo entre lágrimas y desesperación. Con los ojos quemados y con el rostro lleno de cicatrices y surcos fruto de tus lágrimas de lava y los pulmones deshechos, con los pies arrastrando como un vulgar no-muerto, como un difunto que entierran en una fosa común, como un prodigio desterrado, una mente en el ostracismo, una posibilidad de éxito defenestrada. Suspirando por ella, tosiendo por ella, vomitando por ella. 
Llorando por mí, por ser tan idiota de nuevo. Llorando por dejarte llevar, arrastrar, marcar, asesinar. Por dejar que te chupen la sangre, que te infecten, que te duelan de nuevo. Por saltar y abrir las heridas de las que te dolías, por sangrar oscuridad. 
Por quemar tus sueños, por romper tu vida en dos por lo que prometía y que al final no era. Por desidia, por amor, por ese vestigio de paz entre las ruinas que nunca llega. Llorando de nuevo por esas balas perdidas en el cielo, por ese corazón latiendo al unísono con la balada más triste, de tristeza envuelto y de risa ausente, de sentir que vuelve la llamada que grita que donde duele inspira, que si escuece cura, que si supura cierra y borrón, y cuenta nueva. Y llorar de nuevo por dejar frases en el tintero, por manchar de tinta el folio donde pensabas mandar todo al traste. Todo clamando la vuelta, las lágrimas pidiendo secarse y las almas olvidadas negándose a volver a la senda de lo que un día fuiste, y lo que un día te arrebataron.



“¿Cómo no va a ser importante mi vida, si es lo único que tengo en la vida? Vive por ti.”