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martes, 30 de abril de 2013

Nadie con quien hablar.


Sobre las líneas que jamás se escribieron duermen las conciencias más inquietas, repletas de culpa. De imaginación peligrosa, de mente enferma, de deseos llenos de gloria, gloria manchada de sangre. Siempre hay una historia para alguien que no desea contar la suya, el consuelo de un pobre diablo, de una voz encerrada en el miedo, de una épica abstracta y oscura. Duerme en la verborrea la inseguridad y el nerviosismo, siempre vigilante, pero entre sueños y algodones.

Despertándose entre burlas y párrafos emborronados, saltando borracho sobre las letras. El miedo no sólo surge de noche, no es  en ella donde se encuentra el peligro, las alimañas, la pura decadencia. Es en ese oscuro lugar donde mora el peligro, donde se llora de pena, donde se interpretan los temores. Allí donde todos sabemos.
Donde se controla todo es donde más se desajusta aquello que nos hace actuar con humanidad, allí en la cima, allí desde donde todo se ve, y todo se escucha. Volviéndose enfermo, pudriéndose, engañándose, no sabe salir.

Qué miedo más etéreo y surrealista. ¿Lo estaré viendo sólo yo? ¿Será de verdad? Será, será...
Y ojalá lo fuera. Saber que se  le teme a algo real y no a los fantasmas de la mente, a los demonios imaginarios, a la inspiración dormida. A esa mala puta que dice que llamará y nunca llama.

Y es allí donde la voz calla, donde se despiertan las ilusiones a las seis de la mañana para irse de viaje y no volver jamás. Donde no hay nadie con quien conversar. Con los fantasmas violando la estabilidad de tu equilibrio, con los demonios sodomizando la inspiración, deseando terminar, morir estrellados contra la pared del ego en una orgía de basura y desechos.

Y es allí donde la voz calla, pues los monstruos de debajo de mi cama ya no están. Se han ido. Y ya no tengo a nadie con quién hablar.

miércoles, 17 de abril de 2013

Ojalá pudiera...


Ojalá pudiera coger una cuerda de piano y atarte a una silla. Poder agarrar la cuerda y mientras me miras, con cara de angustia, y lágrimas de terror en los ojos, acercarla lentamente a tu cuello. Susurrarte al oído que vas a morir, que ya queda poco, que no hay vuelta atrás, que quizá después de la muerte ya no haya nada más que vacío y soledad. Sentir tu miedo, lamer tus lágrimas, ojalá pudiera sonreír con cada mueca de terror que hiciera deformar tu miserable cara. Ojalá pudiera comenzar a estrangularte con la cuerda, mirándote a los ojos, observando cómo se vuelven rojos por la sangre, y cómo tratas, inútilmente, de salvar tu triste vida suplicando piedad. Sentir con gusto cómo se apaga tu vida, cómo la llama de tu corazón se convierte en hielo. Saborear cada detalle y cada momento de tu muerte con mis manos manchadas de sangre, sentir cómo un agradable escalofrío recorre mi espalda al ver que no puedes respirar, y que el pánico más absoluto recorre tus entrañas a la velocidad del rayo. Ojalá pudiera ser consciente de que sientes auténtico miedo, en la más pura y completa acepción de la palabra. Que supieras que tu vida toca a su fin, que suplicaras con toda tu alma que después hubiera otra vida. Poder salvarte. Y cuando tu cuerpo yazca muerto, maltratado, desfigurado, deshonroso y para nada pulcro, saborear cada corte que se deslice por tu piel hasta llegar a los huesos, que acabarán hechos astillas maltratadas por mis golpes poco certeros. Convertir tu cuerpo en una amalgama de carne, sangre y odio, mientras observo cómo, convertido en sopa, se disuelve en cal viva. Y reír a mandíbula batiente al ver cómo te conviertes en la nada, y la nada se funde contigo en un ácido y amargo final infinito.

Ojalá...

martes, 9 de abril de 2013

Allí donde tú estés.


Yo estaré allí donde tú estés...

Pensaré por ti, y sentiré por nosotros. y cuando te sienta latir aquí dentro con la fuerza del vendaval de sensaciones que me haces sentir nada más abrir los ojos por la mañana, podré escrimir entre sollozos de alegría y puro amor carnal un sonoro Te quiero al aire, rompiendo la barrera del sonido, y desnudando las nubes hasta que su pavor pueda ser observado por los ángeles, los cuales clamarán de nuevo tu presencia, y se preguntarán por qué marchaste de su vera.

Y clamarán con mil trompetas de oro el pasillo por el que caminarás a tu gloria, con la espalda descubierta y ese fulgor ardiente en los ojos. Sonarán aullidos de clemencia ante un espejo que niega la realidad, pero quiere verla aún así, tocando la verdad con la punta de los dedos. Alzando la vista más allá de las estrellas, sentir la brisa polar penetrando entre las grietas diminutas de tu piel de porcelana, llegando hasta tus músculos para acabar perlando tus huesos, y serás la materialización de la joya que fuiste cuando hablabas sobre la Tierra.

Volverán a nacer los recuerdos por los que paseabas con las manos frías y las orejas desnudas, con vidrio en los ojos y basura en el corazón. Cuando la arena de tu sangre fue depurada por la fuerza de voluntad que te caracteriza. Mirando a los Dioses por encima del hombro, sobre el que reposará tu cabello ardiente, con el fulgor propio del Infierno, sirviendo a la causa celestial.

Al fin serás letras.

jueves, 4 de abril de 2013

Plácida e inocente. (Eva)


Entró en la gélida habitación y cerró la puerta. Observó su delicado cuerpo tumbado en la cama, prácticamente desnudo, apenas cubierto por un camisón de seda transparente, que dejaba ver absolutamente todo su cuerpo, pero adornado con el cristalino reflejo de la tela, que acariciaba su piel. La luz de la luna realzaba perfectamente su cuerpo.

Dormía plácida e inocente, con la ventana abierta, y las cortinas se mecían levemente al paso de la brisa que enfriaba aún más la habitación. Las mantas brillaban por su ausencia, y sólamente la sábana bajera conseguía hacer contraste carmesí con el cuerpo de porcelana que estaba aposentado sobre ella, completamente dormido.
Su cabello, ardiente como el infierno, se movía como se mueven las briznas de hierba en el viento, desparramado sobre la almohada. Sus manos, boca arriba como ella, descansaban una a la altura del mentón, y otra a la altura del pecho cubierto levemente con su nueva piel de seda, el cual se contraía y se expandía con cada pequeña bocanada de aire que entraba en sus pulmones a través de su boca entreabierta.
Su pierna izquierda estaba levemente apoyada, casi en ángulo recto, sobre la otra, y sus pies, perfectamente cuidados, no conseguían tocar el borde de la cama por unos pocos centímetros.
La miraba tan perfecta que le daban ganas de llorar. De pie, totalmente quieto, sin saber muy bien qué hacer. Levantó la mano para limpiarse, aún atónito, un hilo de saliva que había conseguido escapar de su boca, por entre las comisuras.
Se mordió los labios y volvió a observar su cuerpo de arriba a abajo, escaneando cada centímetro de su figura, sintiendo cada pincelada que sus ojos dibujaban en su cerebro, introduciéndose en todos los recovecos de su piel y saboreándolos con la mente.

Sabía que ella era una fruta prohibida. No le consentiría ni un sólo atrevimiento, pero la tentación era brutal. Su cabeza no hacía más que imaginar movimientos de cadera al ritmo de sus respiraciones. En ese momento, observándola durmiendo, plácida e inocente en la cama, podía ver dentro de su mente como se dibujaban sus cuerpos y comenzaban a hacer el amor desenfrenadamente  Era su pasión, su obsesión secreta. Su castigo sentimental y su anhelo más profundo. Se imaginaba cómo sería agarrar con firmeza, pero con ternura su pelo rojo en mitad de un clímax. En su cabeza, ella cabalgaba sin parar sobre su sexo mientras juntaban sus manos y se disparaban miradas de placer.

Su imagen por castigo y su imaginación como verdugo. Marchándose con la pena como compañera, y los ojos inyectados en sangre de la impotencia de no poder desatar la pasión que sentía por ella. Sintiéndose culpable por no poder tenerla, por no poder notar el leve susurro que dejan las manos al acariciar su cintura, como el rasgueo de un lápiz sobre un papel. Cerró la puerta tras de si, con las lágrimas suicidándose desde sus mejillas, y una sensación de arrepentimiento brotó desde su estómago hasta su cabeza al escuchar un "vuelve, insensato" que resonaba terroríficamente en su cerebro. Rápidamente echó la mano a la manilla para abrir la puerta rompiendo el sigilo con el que había entrado minutos atrás.

Pero ella ya no estaba allí.