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miércoles, 17 de octubre de 2012

Eva (anexo 4).


Eva le miró a los ojos desatando el fulgor que sólo un verde como el suyo puede desencadenar, y se clavó en las pupilas de Otto como dardos venenosos.
Se quedaron observando la mirada el uno del otro durante unos segundos que parecieron eones, y si la tensión fuera mantequilla, el espacio entre ellos podría preparar mil desayunos. Desayunos tristes y salados.

La amargura de los ojos cristalizados de Eva comenzaba a hacerse notar a medida que su cabello, tan rojo como el infierno, se apagaba progresivamente hasta quedar reducido a un salpicón de pintura goteante naranja que teñía sus hombros de las más tristes melodías.
Los ojos de Otto, en constante humedad, pero sin llegar a calar por completo la tristeza, eran testigos de cómo los labios de Eva comenzaban a vibrar, cómo su cara cambiaba la  inocente expresión de ángel caído del cielo por la de niña a la que le acaban de quitar un caramelo. Una niña a punto de llorar.

Las lágrimas no explotaron, pero comenzaron a brotar paulatinamente, a un ritmo muy constante y frenético. Pero podía aguantar el llanto, y sólo necesitaba serenarse un poco para poder alzar su rostro empapado, y poder hablar:

-Esto..¿Es todo? -Dijo mientras se ayudaba del aire inspirado por su nariz de porcelana para devolverle a su cuerpo ciertos fluidos. -¿Esto es lo que deseas realmente?

Otto no sabía bien qué decir. Su cabeza era una bola de pelo mal escupida por un gato vagabundo, cubierto de cartones de vino y de todo tipo de sustancias. Rodaba por las calles de su mente como una sombra que trata de escapar de si misma, pero siempre se ve proyectada en el suelo, haga lo que haga, y no hay forma humana de huír.

-Yo...-Dijo Otto antes de que la voz de eva, rasgada por la rabia, le interrumpiera.

-Tú...¿Qué?- Continuó Eva. Su voz sonaba como si, al serrar una madera, la hoja de la sierra se hubiera topado con un clavo de metal. -¿Quieres olvidar todos los tequieros? ¿Acaso quieres ver cómo desaparezco para siempre?
Se escuchaba a si misma y se daba cada vez más cuenta de que lo que estaba ocurriendo no era una pesadilla; Todo eso estaba pasando de verdad. Otto, ese drogadicto con un una nula capacidad de empatía a punto de romperse por todos lados de pie, mirándola a menos de un metro, escuchando solemne el discurso de la pelirroja que en ese momento apretaba tanto los puños hasta hacerse aún más blancos (si cabía) los nudillos.

-Lo sabes..¿No? Sabes que ya no habrá más despertares juntos, ni más conversaciones telefónicas hasta agotar la batería de nuestros teléfonos. Ni más "mi madre preguntó por ti", ni más susurros en la noche. Olvidar esas tardes de sonrisas y helados. Ese olor a chicle y vainilla que jamás volveremos a compartir. No más fotos, no más vídeos. Ser una sombra que una vez se hubo reflejado en un suelo de mármol para acabar cayendo en el barro más miserable.  Olvidar esa inspiración que a veces nos golpeaba a ambos en la cara. Ya no podrás abrazarme cuando tengas frío, porque ahora el frío está materializado delante de mi.

Otto no se atrevió a moverse. Las palabras de la cerilla (como le gustaba llamar Otto cariñosamene a Eva) comenzaban a hacer mella en su estado. Notaba una fuerte presión en el pecho que luchaba por salir con todas sus fuerzas. Le recordó, en cierto modo, al mono de la heroína.
-Sabes que ya no volverás a probar mis labios ¿Verdad? ¿Quieres eso? -Subió el tono y el volumen de la voz -¿Quieres, después de todo, que esto se quede como una puta aventura? ¿Quieres que esto termine sin haber aguantado ni la mitad de lo que, en su día, aguantaste por otras?

En ese momento, Otto levantó ligeramente la cabeza, hasta que sus ojos se vieron envueltos en una cantidad de lágrimas tan frías que comezaron a abrasarle las retinas, y sin poder evitarlo, cayeron en la tentación del suicidio arrojándose al vacío desde el acantilado más triste que jamás Eva pudo llegar a ver.

En ese instante, y observando la fuente en la que los ojos de Eva se habían convertido, se dio cuenta de muchas cosas. Y con un hilo de voz, sólo pudo añadir:

-¿Cómo es posible que broten lágrimas tan negras de unos ojos tan verdes?

Y se hizo el silencio más absoluto. 

lunes, 8 de octubre de 2012

Eva (Anexo 2)


Sólamente parpadeó dos veces, y bastaron para que sus ojos perlados por las lágrimas comenzaran a hacerse fuente, y le miró a la cara una vez más. En plena naturaleza, uno delante del otro, con el azul del cielo por testigo de aquel desengaño que temblaba ante cada bandazo de las pestañas de ella, que casi podía oírse cómo apartaba el viento permitiendo a las lágrimas seguir brotando.

Comenzaba a oscurecer, y la situación seguía igual de quieta y tensa que antes. Las cigarras comenzaban a frotar sus patas produciendo un desagradable sonido, los grillos y los saltamontes habían tomado su lugar entre las piedras del camino, las cuales, a su vez, habían decidido fragmentarse y filtrarse a través de las sandalias de la pelirroja para colarse entre sus uñas carmesíes.

Otto le miró, con su sonrisa macabra y mellada, y su cabeza casi calva por culpa de la heroína.
Cada vez hacía más frío allí, y como si no lo supieran, continuaron mirándose sin mediar palabra, como si hubieran instaurado una única rutina en ese preciso instante, un patrón periódico que repetir una y otra vez, pero a un nivel que se cuenta por milésimas de segundo, las cuales se hicieron una eternidad.
Pero Otto sabría que pronto esa situación terminaría, Eva volvería a secarse las lágrimas, y tendría que volver al control de vigilancia de la policía abajo en la comisaría del pueblo, mirando a las rocas de las montañas desde arriba.

Como se temía, el tiempo que pasaron abrazados, llorando, desembocó en la negra noche. Y la policía ya había subido a por ellos.
Los guardias forestales, con sus perros de presa y sus silbatos de ultrasonidos ya estaban subiendo la montaña para ver cual era la causa de que Otto no hubiera bajado aquel día a demostrar que seguía siendo fiel a su condicional.

Cuando por fin el ruido que generaban los acechadores le hizo reaccionar, se miró las manos habiéndolas separado del rostro de Eva y se quedó perplejo: Su pelo volvía a estar ardiendo.