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martes, 18 de junio de 2013

Furia berseker.

Los gritos rebotan en sus cabezas como una pelota, sólo hay voces rasgadas y alaridos ensordecedores atizando sus oídos. A puño y espada, asaltan el campo de batalla como primera oleada, firme, cruel, despiadada, fría. Sólo el sentimiento de rabia está presente en ellos. Asesinan sin cuartes ni remordimientos, sin lástima ni compasión, arrasan con todo. A su paso sólo se oye el ulular del viento, aterrorizado ante las horribles visiones de los cadáveres que esas bestias dejan después de la batalla. Los ojos inyectados en sangre proyectan miradas de odio y muerte. No escuchan, no sienten ni padecen. Ni siquiera hablan, sólo gritan y corren por la hierba que muere al ser aplastada por su furia. El pasto se tiñe de rojo cuando entran en combate, y las caras de los enemigos son puras muecas de angustia y dolor. Brazos, piernas, cabezas, cualquier cosa sirve como trofeo, puros animales, guerreros despiadados.
No existe motivo ni arenga, sólo la lucha como forma de vida. Matar sin ningún tipo de remordimiento, sin ningún tipo de norma o regla, solamente por amor a la muerte, amor al odio, adicción a la sangre. Sus cuerpos repletos de cicatrices son salpicados por la sangre de aquellos que caen en sus manos, ante su afilado y frío acero. Puras máquinas de matar, en grito y salto, a vaivenes de espada y mandoble que cercenan gargantas. El gorgoteo de la sangre al asesinar a sus víctimas aumenta su ira, y se vuelven aún más descontrolados. Ya no hay vuelta atrás, lamiendo la sangre de su espada, la furia berséker se ha desatado. Y ya no hay cadenas, no hay dolor. No hay humanidad.


Cuando el sentimiento humano se evapora, sólo queda actuar como una bestia. Para las bestias, el dolor es una sensación más, sin ningún tipo de singularidad, ni ha de ser tomada como algo negativo. Disfrutan del dolor como disfrutan del placer, y ahí reside, básicamente, su insaciable cólera y sus ansias de muerte. Porque en esta vida, a lo único que se le teme es al dolor. Única y exclusivamente al dolor.

lunes, 3 de junio de 2013

Vuelve.

Estoy comenzando a plantearme la realidad de que no existas, y por eso te escribo y te pienso, por eso vivo esa necesidad imperiosa, para que cobres vida por fin. Que tu cabello me azote en la cara y me abrace tu piel. Tener tu amor por castigo. Que mi mente te dibuje a cada momento, y que ese momento sea eterno. Morir tranquilo si es contigo. Escribirte hasta que me sangren los dedos, vivir de tu sangre, que la única comunión, el uno con el otro, sea cada noche a los pies de tu cama. Oír tu voz como música en mis oídos, escuchándote gemir y jadear, aunque sea en mis sueños, plácidos sueños. aunque tenga que soñarte haciéndome el amor, y retratarlo todo a tiempo real dentro de mi mente, sólo dentro de mi mente, gritándome por dejarte escapar. La curvatura de tu voz, tan apetecible como la de tu cintura, suave, blanca, pura. Tu piel casi transparente perlada por el sudor, tímido entre tus poros, deslizándose por todo tu cuerpo, atreviéndose a explorarte. Con la pluma en la mano, sangrando estas letras, pidiéndoles que no desaparezcas jamás, no perderte entre los oscuros rincones de mi mente, no te desvanezcas de nuevo, no me dejes.
Quédate, por favor. Pedirles, gritarles, rogarles, suplicarles por mi vida y tu recuerdo que sigan permitiéndome poder amarte, describirte, sentirte más conmigo.
¿Por qué será? quizá me falte valor para conocerte. Quizá ya te conociera desde antes de saber que soy capaz de guardar tales recuerdos.  Y quisiera recordar todo aquello no vivido pero que con tantísimo ansia anhelaba vivir, que volvieras aunque nunca te hubieras ido.