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viernes, 25 de febrero de 2011

Mis personajes.

Sus ojos negros recorrieron con su mirada perturbadora todo su cuerpo, y alzó su arma por encima de la cabeza, mostrando una siniestra sonrisa. Su víctima, en posición defensiva, esperaba el momento oportuno para esquivar el inminente golpe y seguidamente atacar, o huír, según las circustancias que se acometieran. Lo más inquietante es que, de fondo, se escuhaba un sonido que evocaba una sensación de tensión total. Como un violín afinado en el registro más agudo que se hubiera podido afinar un violín.
El chico de ojos negros a juego con su ropa, blandió el martillo en pos de ataque, pero de pronto se escuchó un sonido característico de un "scratch", y el hilo musical tan tenso que se escuchaba de fondo pareció disolverse.

- Eh, eh - dijo la víctima - ¿Vas a matarme con un martillo?
El asesino bajó las manos, y después llevó las mismas hasta su ratio de visión, y después de elevar rápidamente los hombros al igual que las cejas, miró a la persona a la que pensaba eliminar y dijo:
- Sí, no sé... ¿No te parece bien? - dijo con tono cómico.
- cht... A ver, no es que no me parezca bien, pero no me gustaría morir a golpes, como comprenderás.
El chico de negro puso mala cara, después cambió a una mueca de cansancio pensante, como si estuviera buscando alguna solución.
- ¿Quién dirije todo esto? - Preguntó al fin.
El chico de blanco se sentó en un sofá de cuero negro que había aparecido allí en ese mismo instante, y vaciló antes de contestar con otra pregunta.
- ¿Cómo que quién dirije todo esto?
- Sí, que quién manda aquí, que quién es el que escribe este relato.
La cara cuadrada del chico de blanco se iluminó, y sus ojos sin pupilas se posaron en el techo, que flotaba en el aire, porque no había pared alguna en la que se pudiera sujetar. Todo lo que no era un techo o un sofá, era símple y llanamente, color blanco.
- Algo he oído, creo que su nombre empieza por D, pero no me acuerdo de cómo era...
Depués de un par de minutos el chico de negro alzó la voz:
- ¡Eh tú! el que escribe.
"¿Eh?" pensé. "¿Me está hablando mi propio personaje?".
- ¡Sí! ¿Qué pasa? - Dije con tono de duda.
- ¿Dónde estás? Se escucha como una voz en off - Dijo el chico oscuro nuevamente antes de que el de blanco le increpara:
- ¿Qué más da? El caso es deshacer este entuerto - Carraspeó y continuó - Sí, oye, verás, esque has hecho que el personaje de negro apareciera con un martillo para matarme, y nos preguntábamos si podrías cambiar el martillo por algún otro arma más letal y menos lenta de usar.
Dudé un instante "¿Que me está preguntando a mí esto un personaje de mis relatos?". Y contesté desde el papel:
- ¿Tengo que volver a escribirlo todo en serio? - Pregunté intentando zanjar el tema lo más rápido posible.
- Pues hombre, sería lo lógico, no sé - Dijo el de blanco poniéndo cara de indignación.
- Hombre a mí tampoco me parece tan mal.. Quiero decir, soy un asesino, yo mato y punto, ¿Qué más da? - Objetó el personaje de negro.
- Pues no, no da igual, porque el que muere soy yo. Imagínate que te crea alguien y de repente aparece otro loco igual que tú, pero en negativo y..
- ¡Eh eh! ¿Cómo que en negativo? Pero tú..
- Diantres, es una forma de hablar. Bueno eso, que aparece otro loco igual que tú pero en negativo y te intenta matar con un martillo en un sitio que no tiene ni decorado, - Elevó el tono de voz en sentido de queja - porque el escritor todavía ni ha tenido el detalle de describirlo, Ejem, ejem- Dijo mirando al techo azúl brillante que se alzaba encima de ellos, levitando.
- Hombre... visto así.. - Reconocío el chico de negro - Tienes razón, pero es él el que escribe, y tenemos que acatarnos a sus normas ¿No?
El chico de blanco se ofuscó. O no, mejor dicho se enfadó, que ya se estaba poniendo pesado:
- ¡Si hombre! ¿Y por qué entonces no te mato yo a tí? El relato quedará igual, y así todos contentos.
El chico de negro se apartó un paso atrás y dijo de forma quejumbrosa:
- ¡Hala! Pues no, de toda la vida en los relatos de asesinos y todas esas cosas el que mata es el de negro, y si te ha tocado morir a tí, pues lástima. Que el escritor te hubiera descrito con ropas negras, ¿Qué culpa tengo yo?
Acto seguido, alzó el martillo, y lanzó un golpe contra la personalidad blanca, la cual se apartó de un movimiento tan rápido que escapaba a la rapidez visual de cualquier ser humano.
Lo curioso era que también había desaparecido el sofá, y el martillazo del chico de negro fue a parar al aire, la cual se quejó con un chillido, hecho que me sorprendió hasta a mí.
El sofá y el chico de blanco se encontraban ahora en el otro lado de la habitación, que había aparecido en ese mismo instante. El techo se había vuelto de un color granate oscuro, al igual que las pardes, cuyo decorado consistía en varios cuadros renacentistas, y un par de relojes de cuco. Una habitación pequeña, con un escritorio en un extremo, y en la silla de detrás del escritorio, vestido por una máquina de escribir, estaba yo sentado, escribiendo.
Miré al chico sentado en el sofá, a mi derecha, y después al chico de frente a la pared con el martillo, a mi izquierda.
- ¡O se callan los dos de una vez, o me los cargo a golpes, y no precisamente con un martillo! - grité enfadado.
Los dos se giraron, y me pidieron explicaciones, hablando los dos a la vez. Hice aparecer un sonido estridente y eléctrico, como el de un trueno, y las dos voces; La blanca y la negra, se callaron poniendo unas facciones asustadas en sus rostros.
- Sois mis personajes, y aquí mando yo. Por tanto: Se hace lo que yo diga, y punto. ¡Tú! - Señalé al de negro - Toma anda.
E hice aparecer una pistola en su mano derecha,  suprimiendo a su vez el martillo, casi al mismo tiempo.
- Y tú, el de blanco, te callas y mueres, que para eso eres mi personaje. Diantres, estoy escribiendo, no me molestéis. La idea era que él te matara a martillazos, y yo te haría sufrir unos dolores inimaginables, pero nada, gracias por fastidiarme la inspiración. Pues nada, ahora tendré que inventarme otro relato, pero ya me dirás cómo puñetas represento la angustia adolescente y hago símiles con la dureza de la violencia y la falta de piedad del ser humano con una pistola, que mata de un tiro y ¡pum!, se acabó. Pero ¿Con un martillo? Con eso tenía para cebarme contigo todo lo que quisiera y más.
El chico de blanco agachó la cabeza y trató de excusarse:
- Pero yo sólo...
- Nada, no hay más que hablar - Interrumpí - En el próximo relato morirás de un tiro en el estómago y te desangrarás, ¿Estamos? Y no te preocupes, que será muy lento y doloroso, que ya me has cabreado.
Íba a hacerles desaparecer, pero antes le increpé al chico de blanco:
-Y que sepas que el escenario íba a describirlo después, listillo.

Y les alejé volando por los aires, trasportándoles al mundo que había creado para ellos, mientras murmuraba insultos hacia mis propios personajes. ¿Quién se habrán creído que son para cuestionarme mi forma de escribir? Le sdoy un mundo, una historia, un pasado, un futuro, e incluso una personalidad propia, y, ¿Así me lo pagan?

Mis personajes son míos, y de nadie más.

lunes, 21 de febrero de 2011

Gritos metálicos.

Vivía en Londres, 102 de Nowhere Street. Una casa de más de 4 pisos contando con sótano y buhardilla. Una casa bastante bonita, tanto exterior como interiormente, forrado con una suave moqueta beige bastante calentita. Mi habitación era una habitación normal, con una cama y un escritorio, colocados ambos en paralelo conforme se entraba por la puerta, al final del pasillo del primer piso, y frente a ellos, un armario cuyas puertas estaban conformadas por espejos en su totalidad. La decoración era bastante austera, pero la moqueta hacía el resto, ya que siempre había odiado los decorados flamígeros, o muy recargados de contenido, y las paredes en blanco me evocaban una sensación de serenidad magnífica.


No recuerdo ni el año ni la fecha, pero era una noche oscurísima y llovía copiosamente sobre las calles londinenses, mientras yo intentaba conciliar el sueño, la verdad, sin bastante éxito. Mi familia se había ausentado durante un par de semanas, y me tocaría estar solo. "No problema", pensé.
No paraba de tronar, y estaba empezando a cogerle bastante asco a las tormentas. Intenté dormir poniéndome de lado y metiéndo las manos por entre la sábana bajera y la almohada, pero no me relajaba. Me dí la vuelta y observé las siniestras figuras que dibujaban las sombras de los árboles junto con la luz de las farolas parpadeantes en el techo de la habitación...
Comencé a agobiarme, pero intenté mantener la calma. Ya tenía 16 años, y era mayorcito para andar creyendo en presencias paranormales y en todas esas tonterías. Pero algo se movió al otro lado de la puerta. Mi angustia íba creciendo, conforme a los ruidos del pasillo. Un ruído como húmedo e intermitente, como sandalias en un suelo mojado.
Sabía que lo más racional sería quedarse en la cama y esperar a que todo pasara, pero el miedo, muchas veces, nos hace hacer cosas que no comprendemos, y yo no comprendía cómo había sido capaz de avanzar hasta la puerta de mi habitación, y pegar la oreja en la madera como si de un auscultador se tratase. El sonido cesó tan pronto como acerqué la cabeza a la blanca superficie de la puerta, y eso me relajó un poco.
De pronto, unos nudillos golpearon la puerta tres veces, y fue tal mi reacción que salte hacia atrás dando un grito, y cayendo al suelo de golpe. Una lágrima resbaló por mi mejilla. Los golpes en la puerta seguían sonando, y yo me arrastraba hacia atrás con las lárgimas en los ojos, mientras los toques aumentaban de volumen. Mi espalda tocó la mesilla de noche, y los golpes cesaron... Todo se quedó en silencio y sólo se escuhaba el siseante sonido de la lluvia chocando contra el suelo.
Observé los espejos de las puertas de los armarios, que se posaban al lado de la puerta que hacía esquina con una pared. No ví nada... en principio. La puerta se abrió, y solté un grito ahogado antes de observar que no había nada ni nadie que hubiera atravesado la puerta. Un flash pasó de lado a lado del espejo que tenía en frente, en una fracción de segundo. "Algo" de color negro se había reflejado en la pantalla cristalina del armario y había desaparecido en cuestión de microsegundos.
Con las piernas temblorosas, conseguí levantarme y avanzar hasta la puerta abierta, asomando la cabeza. Miré a la izquierda: La puerta del baño al final del pasillo estaba cerrada. Miré a la derecha, donde, al final del pasillo, un gran hueco era ocupado por las escaleras, y a su derecha, otras dos puertas enmarcadas a lo largo del pasillo de mi habitación. No ví nada.
Decidí salir y avanzar hasta las escaleras. El corazón me dio un vuelco; Había algo bajando los escalones. Había algo con forma humana. Me quedé paralizado, y no pude avanzar. Quise salir corriendo, pero algo me bloqueaba, y ya no recuerdo si era el miedo o algo que no se pudiera explicar con palabras. El humanoide subió las escaleras moviéndose por convulsiones, como si le estuvieran disparando, moviéndole los hombros con cada balazo. Acerté a observar su cara. Una cara grisácea, con los ojos como platos de color blanco, sin nariz alguna y una boca inmensamente grande, abierta de par en par en forma diagonal, formándole una mandíbula siniestra sobre una boca completamente negra. No observé si tenía brazos, ni piernas, ni cómo íba vestido. Sólo me fijaba en esa horrenda y deformada cara que, aunque no poseyera pupilas, estaba seguro de que me estaba mirando.
Las lágrimas caían a borbotones sobre mi rostro, y la presencia soltó un llanto mientras se avalanzaba a por mí. Era un llanto oscuro, repleto de dolor. Una voz como si se desplazara una puerta metálica brotó de su garganta. Antes de que la presencia me alcanzara, desperté, empapado en sudor, y con lágrimas en los ojos, respirando a un ritmo frenético. Estaba lloviendo, y preferí respirar hondo, impregnando mis pulmones de serenidad.
- Sólo ha sido un sueño.... - Me dije en el silencio exasperante de mi cuarto. Me relajé.
- ¿Un sueño? - Dijo una voz metálica desde debajo de la cama.

jueves, 17 de febrero de 2011

Hojas en blanco.

Roman pensaba que todo el mundo estaba loco porque no eran como él. Observaba a la gente hacer locuras, completas locuras. Y él, estando cuerdo, no podía comprender cómo se podían obrar tales actos sin una enfermedad mental de por medio. Por tanto, observaba al mundo como un conjunto de locos, y se pasaba los días muertos riéndose de ellos, del mundo en general.

Él vivía su mundo, y escuchaba su música, hacía sus fotografías, y veía sus series de televisón. Lo más importante es que escribía un diario. Una fiel macrohistoria que relataba absolútamente toda su vida, hasta el más ínfimo detalle, durante tantos años que apenas él recuerda cuándo comenzó a escribirla.
Tenía ya 19 años, y describía en su cuaderno todas las locuras que observaba. Cada vez que veía algo que escapaba a la lógica racional, lo apuntaba en su diario junto con sus anécdotas.
No comprendía por qué eran los demás los que le llamaban loco a él, cuando en realidad, él era el más cuerdo de todos. "Serán cosas de la demencia" pensó, "Piensan que yo soy el loco".


Toda su infancia fue un cúmulo de visiones desagradables y terrores nocturnos. A veces, veía sombras en las cortinas a causa de la luz lunar que se filtraba por la ventana, y su madre, en vez de entrar en su habitación y sacarle de la cama con unas palabras amables, entraba vestida de payaso cruel, chorreando sangre por la nariz, y riéndose a mandíbula batiente. Cuando observaba a su madre transformada en un siniestro bufón, se escondía debajo de las sábanas a llorar y a gritar presa del pánico y la angustia, deseando con todas sus fuerzas algo de luz, por poca que fuera, y no salía de su débil caparazón hasta el siguiente amanecer.
Ahora que su madre ha muerto piensa: "Lo rematadamente loca que tendría que estar para entrar vestida de esas formas a la habitación de su hijo pequeño", y soltaba una sonora carcajada.


Cuando soñaba, quería despertar. Pues las pesadillas se le manifestaban con un realismo capaz de asustar al mismo Diablo. Sentía la necesidad de despertarse urgéntemente y huír, pero no podía. Debía permanecer dormido, ya que así lo había decidido su subconsciente por mucho que sufriera el acoso de extrañas criaturas etéreas que sólo existían dentro de su cabeza.

Cuando ya cumplió 16 años y veía el amanecer después de una tranquila noche de sueño, se le ponían los ojos tan brillantes que podían llegar a deslumbrar al que los mirase. Un verde intensísimo que apenas dejaba entrever una pequeñísima pupila gris, que apenas se alteraba por las variaciones lumínicas. Era curioso, porque siempre que el sol salía, bajaba las persianas, y decía en voz alta para sí mismo: "La luz también es cosa de locos". Y lo anotaba en su diario.

Roman encenció un cigarro, y cerró de golpe la tapa de su diario. Vistió sus ropas normales de calle, conformadas por una camisa negra que marcaba su cuerpo dejado por el sedentarismo, unos pantalones color beige a la altura de las rodillas, unas zapatillas de deporte sin calcetines, y una mochila.
En la mochila metió el diario, un paquete de tabaco vacío (acababa de sacar el último y se lo había encendido con un encendedor azúl que también depositó en la mochila), una linterna, un reloj despertador, unas gafas de sol, y algo de cordura.

Avanzó por la calle con paso firme, observando a la gente. Había uno que andaba hacia atrás, y otro que se golpeaba a sí mismo la cabeza contra el suelo. Cuando pasaron por delante de la vista de Roman, éste se descolgó la mochila, sacando de ella su diario y el boli que se apretaba entre los alambres deformes que conformaban el muelle que mantenía unidas las hojas. "Otra locura", pensó, y lo anotó en su diario.
Andando en silencio, mirando al suelo, llegó hasta el borde del acantilado donde descansaba un cartel de "prohibido pasa", ya 3 ó 4 metros por detrás suyo, a las afueras de la ciudad cuyo nombre ya no recordaba.
 Comenzó a hablar solo en un dialecto que ni siquiera él conocía, mientras se descolgaba la mochila y la tiraba al vacío. Pero se quedó con el diario en la mano, y lo miró.


Mientras las hojas de una vida se manchaban de pardo grisáceo, un cuerpo inerte yacía repleto de magulladuras ensangrentadas en la falda del monte. A su lado; un libro que parecía ser un diario, pero todas las hojas estaban en blanco. Hojas en blanco.

lunes, 14 de febrero de 2011

La madre del señor Valentín

Odio todos sus movimientos comerciales. Odio que pongan al amor de las personas como pretexto para vender más (A diferencia de la navidad, que tiene otros motivos, a ver si alguien me va a llamar hipócrita por defender una cosa y criticar otra).
Sencillamente me cago en la madre de San Valentín (Pero literalmente. Hoy pienso pensar en él cuando vaya al baño), en los muertos del que lo inventó. En el corte inglés y en sus ridículos slóganes publicitarios.
También me sobra mierda para Dios, que no tiene nada que ver en este asunto pero se me antoja y ya está, que tengo mucha rabia acumulada.

¿Tenéis algo de decencia? No celebréis San Valentín. El amor hacia vuestra pareja se demuestra los 365 días del año, y no necesariamente con una caja de bombones y un paseo, o una cena romántica.
Dejad ya los estúpidos comederos de cabeza que son estas celebraciones fabricadas completamente por los centros comerciales para sacarles los cuartos a todo el mundo. Hacedle un favor al mundo y dadle una lección a los comercios aprovechados: No compréis nada para vuestras parejas este día 14 de febrero, y esperad al próximo mes. Haced compras progresivas y no lo gastéis todo de golpe. O comprad sólo un detalle que no sea caro, tampoco hay por qué regalar nada. Que se jodan esos cabrones avaros.




He dicho.

domingo, 13 de febrero de 2011

Ejército de palabras (Borrador)

Corría contra el viento. Las balas silvan sobre mi cabeza, pero seguía corriendo sin importarme nada. Recibís varios impactos leves en los hombros y en la cadera. ¿¡Y qué importa!? me pregunté furioso. Mi ceño se frunció, y mis manos sangraban de tanto apretar. Agarré el fusil estilográfico que llevaba colgado a la espalda y lo recargué lo más rápido que pude. Disparé. Después, volví a disparar. Salté a una trinchera entre explosiones de granadas y ruido de mortero. Oí miles de gritos y me dí cuenta de que no estaba solo. Todo un ejército estaba de mi lado, disparando sin cesar, ocupando plazas y edicifios, conquistando ciudades y corazones.

- ¡Adelante, mis niñas. Arrasad con todo! -
Grité. La invasión había comenzado. Todas mis tropas a la carga, avanzaban como obuses infinitos. Apenas se podía observar la curva del horiznote con claridad sin atender a las siluetas que lo enfadaban.
Ya comenzaban a asentar posiciones. Toda una lluvia de balas tipográficas descargó su furia sobre ojos críticos. Todo un ejército de palabras calando el papel con su tinta infame.
- ¡Vamos, adelante! - Volvía gritar con el entusiasmo propio de una arenga militar.  - ¡No tengáis piedad! -




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Las letras y palabras avanzaban creando arte. Al menos, lo que para su loco general se podía considerar como arte. Lo que sí que era cierto era que sus textos calaban en lo más profundo del corazón de muchas personas, pero él no lo sabía. Sólo quería ganar esa guerra.
Una guerra que había librado él mismo contra sí mismo. Una cruel batalla que se libraba dentro de su cabeza, y cuyas consecuencias tenían representación gráfica en forma de textos. ¿Qué se le pasa por la cabeza a este demente? Pues esto es lo que se le pasa por la cabeza a este demente.  Muchas personas, enemigos de su estado, le llaman "loco", "Friki", "pedante", "chulo". Son enemigos, y las palabras, al menos en esta guerra, son el arma más poderosa de todas.





Pero... el fuego se combate con fuego....





Gracias a todos mis "odiadores". Me dáis el aliento necesario para seguir escribiendo.











"Todos estamos locos, pero cuando alguien analiza su locura se le llama filósofo"

martes, 8 de febrero de 2011

Mírame.

Qué suave tienes la lengua. Cállate. Es en serio. Caray... me haces cosquillas en el cuello. Dientes alineados sobre la unión de la razón con la carne pecaminosa. Manos cual tentáculos. Fuertes suspiros. Párpados sufriendo. Nagas reina en desorden, por todo lo alto.

Letras que se dibujan al compás de una sensual melodía. Acomódate. Tacto de seda. Más deseo que necesidad, y más pasión que deseo. Ritmo de Jazz. Una orquesta sinfónica en las venas. Dedos curiosos examinan sendas rutas sinuosas. Ensánchabase el alma como los brazos. Recogida de sueños a mordiscos.
Despojamiento de obstáculos. Se alzan las olas. Se quejan las nubes. Tiembla el suelo. ¡Prepárate, vergüenza!¡Ya no me das miedo!

 Se achanta la moral. Sale el sol, potente. Gran bola de fuego, casi abrasador. Mutila todo atisbo de razón. ¡Soldados, formen!. Adelante, adelante, adelante. ¡Adelante!

¡Una locura! Angustia, pero agradable. Casi miedo. Casi. Poder y querer. Sientes. Cosquilleo en el ombligo. La voz ronca de unos labios mordidos que sugieren sensualidad. Curvas excitantes que ondean cual cuerpo de bailarina incitando a la lascivia.

 Perlado inevitable. Surcos de placer inimaginable tachando un alma bella. Arañazos de escalofríos incontrolables sobre un amor. ¡Todo!. Claman las sensaciones. Gimen los sentidos.
Asienten las vibraciones. Ya se acerca el fin. Músculos en tensión. Dientes chirriando. Grita, toma mi alma, calma tu sed con mi cuerpo, siénteme. ¡Siénteme! abre los ojos, mírame. Mírame. ¡Mírame!








Absoluto silencio.








Dos cuerpos abrazados se sumergen en un profundo sueño. Desnudos, desprotegidos, indefensos, pero invulnerables. Felices.

lunes, 7 de febrero de 2011

Reflexión.

- ¿Cuál es la parte más importante para una puerta?

- ¿La madera? Unbuen tablón impedirá a cualquier persona con malas intenciones poder echarla abajo.

- No, piensa otra cosa.

- ¿Acero? Si fabricas una puerta de acero será realmente dificil echarla abajo por métodos convencionales.

- Nada, sigue intentándolo.

- ¿La cerradura? Tiene que ser la cerradura. Mil candados son imposibles de abrir, supongo.

- En absoluto, porque es cuestión de la madera y del anclaje, si estos fallan, las cerraduras fallan con ellos sin importar que tan buenas sean.

- No sé... tal vez... ¿Las visagras? Fijar bien la puerta a la pared para que no haya posibilidad de desencajarla o de romperla, ya sabes, sacarla de su sitio.

- No das una...

- Bueno, pues, ¿Cuál es la parte más importante de una puerta?

- Está clarísimo, la parte más importante de una puerta es el hueco necesario para ponerla. Sin haber un obstáculo con una oquedad, ¿De qué sirve una puerta?
Recuerda: En el vacío está la utilidad, y en lo material lo necesario para que el vacío resulte útil.


NOTA: Gracias a mi tío Domingo por hacer que se me ocurriera este breve, pero no falto de contenido texto.

sábado, 5 de febrero de 2011

Hoy, me han agredido verbalmente.

Hoy me ha pasado algo muy curioso. Estaba navengado por Tuenti, ese núcleo de artes y ciencias, gran casa de maestros, esa élite intelectual, cuando de repente, una persona que no conocía absolútamente de nada, me increpó a través de una respuesta a un estado que previamente yo había respondido (para mí de forma cómica en tono a un humor negro muy sutil que poca gente es capaz de apreciar) que mi blog era basura, que acabaría solo en la vida, y que si buscas "payaso" en google (el concepto diccionario no lo tenía muy ensayado por lo visto) sale mi cara.



No había visto en mi vida al individuo en cuestión, pero de lo que sí que estoy seguro es de que no tenía que haber dicho lo que dijo.


Está claro que el arte (o lo que para mí es arte) de una persona, puede transmitirte cosas o no, puede gustarte o no, o incluso puedes odiarle o no. Pero.. ¿Es de personas cultas y civilizadas (Que debería serlo ya con 16 añitos) criticar las obras de otro prójimo sin haber escrito él nada en toda su vida?. Quiero decir, si fuera un escritor maravilloso y realmente yo supiera de ese hecho, podría tener algún derecho a meterse con mis obras, y no podría negarlo porque reconocería que, como otros muchos, supera mi nivel de escritura, y por tanto tendría que callarme. Pero ahora me pregunto ¿Son necesarias las faltas de respeto personales?.
Estoy seguro de que no debería de haberse metido conmigo de forma directa ¿No te gustan mis textos? Eso tiene una fácil solución, que aunque tu cerebro de regetonero abrazafarolas no llegue a comprender, se puede aplicar siguiendo única y exclusivamente UN solo paso: No entres a mi página, compañero.

Es así de sencillo. ¿No te gusta lo que escribo? de acuerdo, lárgate y no vuelvas, así de sencillo. Yo siempre he dicho que aunque no comparta la opinión de la gente, hay que seguir luchando porque todos tengan derecho a expresar lo que piensan, pero sin embargo este mandril descerebrado coño de su madre (homenaje a Dross) ha preferido los insultos personales, y las faltas de respeto (a parte de la parodia de mono poco amaestrado) hacia mi persona, en lugar de hacia mi "arte".





No comprendo muy bien el por qué, pero así es. ¿No podéis dejar a la gente que no conocéis en paz y centraros en criticar lo que de verdad podéis criticar? A mí nunca me ha molestado que me digan que mis textos son una mierda, porque sé que hay muchos textos que yo escribo que no son precisamente buenos, o bien porque no tengo inspiración, o bien porque voy perdiendo fuelle, no lo sé. El caso es que, si te quieres meter con mis escritos, eres libre. Tengo el blog abierto a todo el mundo que tenga cuenta google para que pueda escribir en él y argumentar sus opiniones respecto a los relatos, pero siendo que no te conozco absolutamente de nada, y que por consiguiente tú a mí tampoco me conoces, ahórrate el quedar como un cerebro de gelatina y moléstate en informarte antes de hablar. Porque las perlas como "marginado", "deshecho social", o "basura", si no íban referidas a mi blog, cosa que respeto aunque no comparta, sobraban completamente.


Un consejo para todos; Sed buenas personas. Si queréis criticar una obra, intentad hacerlo sin saber quién es el autor, así no os veréis influenciados por su persona. Notaréis que os lleváis más de una sorpresa.






Un saludo, y gracias a todos.

jueves, 3 de febrero de 2011

Sólo comparaciones.

Una personalidad fuerte como el acero, a su vez brillante como el diamante recién pulido como la madera lijada por una lija áspera como una arboleda dendroide tan mística como un rito vudú, siendo este tan malo como un psicópata que no distingue entre el bien y el mal, como representa el yingyang, mostrando perfecto equilibrio como un funambulista que se tambalea sobre una cuerda tan fina como el hilo dental y tan tensa como una guerra fría surgida entre guerrillas en países recónditos de África tan abandonados como una hierba que crece en los adoquines de la acera tan dura como una piedra, y a su vez tan fría, fría como el hielo transformándose en agua, pureza hecha elemento, como el oxígeno que necesito para respirar, así como necesito las letras que se dibujan temerosas y avanzan por el papel como hormigas tan pequeñas como los cuerpos de los bebés, tan frágiles como el cristal, a su vez transparente como ciertas personas, las cuales tan crueles como un dictador no dudan en doler a otros iguales, casi idénticos, al menos en la forma humanoide, como un autómata que habla sin saber como un niño inocente como una idea pura como la nieve, blanca como el vacío, tan vacío como el corazón de un alma solitaria que vaga por el mundo como un fugitivo que huye de la justicia, tan restrictiva como la Muerte, ya que nadie escapa de ella, así como de la vida sólo se puede huír con la idea del suicidio tan cobarde como un soldado escondido en una trinchera cavada en el suelo como tumbas de fuego haciéndo surcos a lo largo de una playa de agua cristalina como los ojos llorosos de un amor desdichado como un pensamiento utópico frustrado por la realidad, tan miserable como el ser humano, y a la vez tan perfecto como él.