Tantos recuerdos y tantos pensamientos que se fueron por el
desagüe. Tantas risas que ahora sollozan desconsoladas y que se marchitaron
pisoteadas por una dejadez supina. Y
lloraba a la ausencia, que ya no te reconocía, que enferma entre gritos y
llantos blandía su impío rencor, que sucia y desaliñada clamaba compañía. La
ausencia, y tan triste, tan hambrienta, tan dolorosa, se extrañaba de tu
rostro, de tu saber y de tu voz. El hueco se hacía cada vez más grande, y
bostezaba con una botella de whiskey en una mano y una cigarro en la otra.
Suspiraba, tomaba una calada, bebía un largo trago y espiraba el humo, se
perdía entre lo que, a su juicio, parecía ser una extraña rebeldía que no tenía
ni razón, ni ser, ni dueño, ni sustento, ni alma.
Sólo hambre, hambre rugiendo
por la libertad encadenada que su ilusión le permitía ver, a duras penas, entre
sus párpados entreabiertos y sus ojos enrojecidos e irritados, llenos de
lágrimas que se resistían a caer.
Que la ausencia, tan desesperada por no cruzarse de nuevo en su camino, le invitaba a servir a un amo, aun dueño, a un señor. Se sumía en una servidumbre disfrazada de amistad, en el sexo, sucio y deshonroso, disfrazado de amor y pasión, pero donde sólo la oscura sombra de un anhelo que, sabiendo que jamás será, tenía cabida.
Que la ausencia, tan desesperada por no cruzarse de nuevo en su camino, le invitaba a servir a un amo, aun dueño, a un señor. Se sumía en una servidumbre disfrazada de amistad, en el sexo, sucio y deshonroso, disfrazado de amor y pasión, pero donde sólo la oscura sombra de un anhelo que, sabiendo que jamás será, tenía cabida.
No había nada, no quedaba nada.
Se había roto en mil
pedazos toda la ilusión de ver amar de nuevo a aquellos labios que tan poco
esgrimieron sus armas en pos de victoria. Ni el intento. Como una losa de
cristal grueso cayendo contra el suelo, con un sonido ensordecedor, con una
pena máxima, como el único motivo de ser.
Era mayor el lamento de la poca
importancia que se le había dado a la derrota, que la derrota en sí. Las
victorias sólo hacen hombres vanidosos.
Las derrotas, en cambio, hacen hombres,
a secas. Después de una victoria sólo hay que escribir lo sucedido. Después de
una derrota toca estudiar, leer, aprender y no volver a fallar. Después de una
victoria, al fin y al cabo, no queda nada que decir.