Todos los textos que se muestran en este blog son originales, y creados por Daniel Montes, administrador y creador del blog. Si ves cualquiera de estos relatos o textos en otra página que no sea esta, NO pertenecen a esa persona, y significa que han sido copiados.
Si te enteras de que alguien está usando los textos de este blog como si fueran de su propiedad, te ruego que me lo notifiques para tomar las medidas oportunas. ¡Gracias!

lunes, 28 de julio de 2014

Nada que decir.

Tantos recuerdos y tantos pensamientos que se fueron por el desagüe. Tantas risas que ahora sollozan desconsoladas y que se marchitaron pisoteadas por una dejadez supina.  Y lloraba a la ausencia, que ya no te reconocía, que enferma entre gritos y llantos blandía su impío rencor, que sucia y desaliñada clamaba compañía. La ausencia, y tan triste, tan hambrienta, tan dolorosa, se extrañaba de tu rostro, de tu saber y de tu voz. El hueco se hacía cada vez más grande, y bostezaba con una botella de whiskey en una mano y una cigarro en la otra. Suspiraba, tomaba una calada, bebía un largo trago y espiraba el humo, se perdía entre lo que, a su juicio, parecía ser una extraña rebeldía que no tenía ni razón, ni ser, ni dueño, ni sustento, ni alma. 
Sólo hambre, hambre rugiendo por la libertad encadenada que su ilusión le permitía ver, a duras penas, entre sus párpados entreabiertos y sus ojos enrojecidos e irritados, llenos de lágrimas que se resistían a caer.
Que la ausencia, tan desesperada por no cruzarse de nuevo en su camino, le invitaba a servir a un amo, aun dueño, a un señor. Se sumía en una servidumbre disfrazada de amistad, en el sexo, sucio y deshonroso, disfrazado de amor y pasión, pero donde sólo la oscura sombra de un anhelo que, sabiendo que jamás será, tenía cabida.
 No había nada, no quedaba nada.
 Se había roto en mil pedazos toda la ilusión de ver amar de nuevo a aquellos labios que tan poco esgrimieron sus armas en pos de victoria. Ni el intento. Como una losa de cristal grueso cayendo contra el suelo, con un sonido ensordecedor, con una pena máxima, como el único motivo de ser. 
Era mayor el lamento de la poca importancia que se le había dado a la derrota, que la derrota en sí. Las victorias sólo hacen hombres vanidosos.
 Las derrotas, en cambio, hacen hombres, a secas. Después de una victoria sólo hay que escribir lo sucedido. Después de una derrota toca estudiar, leer, aprender y no volver a fallar. Después de una victoria, al fin y al cabo, no queda nada que decir.