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lunes, 5 de julio de 2010

Pompeya (parte 2)

El crujir del suelo alertó a la población... había comenzado.
De pronto, una sacudida de tierra azotó el suelo, y la gente comenzó a gritar y a alborotarse.
El magnificiente e inmenso Vesubio entró en erupción, y una cortina de gas ardiente fue escupida desde el interior del monte. La gente corria despavorida preguntándose qué estaba pasando. Los más cercanos a la ladera del volcán recibieron de lleno la estampida de viento ígneo que se cernía sobre ellos, dehaciéndoles la piel conforme el gas envolvía su cuerpo, abrasándoles capa por capa su endeble cuerpo. Se retorcían de dolor en el suelo, y entre gritos de desesperación y angustia encontraron su macabro y doloroso final.

Satanás eyaculó con gran potencia desde el mismísimo infierno, y el volcán escupió por primera vez unas poderosas lenguas de fuego que avanzaban a paso solemne hacia la ciudad de Pompeya. La gente corría y corría, pero las estrechas calles italianas no les permitian mucha libertad de movimientos. La lava finalmente les alcanzó, atrapándoles los pies, que se deshacían bajo ellos, y observaban el fétido calor de ese vómito de Gea, que les abrasaba el pelo tan solo mirarlo. Los gritos de dolor que profesaban no podían acallar el avance de la lava, y sus pies quebraron haciéndoles caer, pero se resitían a morir, y colocaron las manos inconscientemente. Craso error. Las manos ardían con furia, y se desprendían del resto del cuerpo, haciéndoles caer, y muriendo en un baño de fuego. Algunos habían continuado vivos después de que la lava les engullera completamente, y segundos después sólo quedaba un hedor insoportable a carne quemada.

El volcán emitía sonidos guturales procendentes del mismísimo infierno, y la furia de Vulcano seguía en plena alza. Rocas y magma se impulsaban desde el interior del Vesubio y caían encima de los hogares de la gente que, inútilmente, se refugiaban debajo de las mesas o camas. Las rocas aplastaban sus craneos y sus cuerpos, y algunos malheridos, ilusos, todavía pretendían escapar con una sola pierna, pero la lava llegaba pronto, y les devoraba lenta y dolorosamente, haciéndoles supurar por cada uno de sus poros.

Algunos permanecían dormidos en sus camas, y la furia magmática llegó hasta ellos en estado de letargo. Sus ojos se deshicieron y sólo pudieron emitir un gemido ahogado mientras el fuego devoraba sus intestinos y abrasaba sus entrañas. Fluídos viscerales y sesos reventaban al paso de la lava, que con gran fuerza arrasaba con todo lo que encontraba a su paso.

Finalmente, una explosión de ceniza surgió enérgica desde el interior del Vesubio, y calló en forma de lluvia mezclada con el agua sobre pompeya. La gente que había logrado sobrevivir, bien subiéndose a u lugar duro y alto, o bien alejándose lo suficiente de la lava, o bien en sus propias azoteas refugiándose del hedor infernal que emanaban los cadáveres en descomposción flotando sobre el fuego líquido, habían quedado sepultados vivos bajo una capa de más de dos metros de ceniza, y mientras luchaban por escapar al exterior con casi el 60% de su cuerpo quemado, la lluvia endurecía la ceniza, condenándoles a ese ardiente claustro para toda la eternidad.

Pompeya había quedado sepultada, y sólo se oían leves y vanales gritos de auxilio y de dolor, y el rumor de la lluvia. El suave rumor de la lluvia.

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