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lunes, 15 de agosto de 2011

Risas enlatadas


Dormía en una cama de 90, sin sábanas y sin ropa, entre montañas de cajas de pizza y latas de refresco se mecía lateralmente y abrió lentamente sus ojos enrojecidos. Ni "qué pasa" ni "qué hago aquí". Sus manos comenzaron a sudar, mientras se revolcaba y remoloneaba en la cama. De repente soltó una risilla malévola, y su espalda sufrio un escalofrío. Abrió los ojos de par en par, como buscando algo, y su pelo comenzó a deshacerse. Al menos su pelo tal y como lo conocía.

Los mechones negros de más de 10 centímetros de largo caían sobre la cama, mientras el desconcierto reinaba en su cabeza. Y continuó echándose las manos a la cabeza, sentado sobre el sucio colchón, arrancandose toda su cabellera, mechón a mechón, hasta que notó que ya apenas quedaba nada que arrancar. Asustado y con lágrimas en los ojos, enfiló la puerta de su habitación y corrió hacia el cuarto de baño. Encuanto fijó la mirada sobre sus propios ojos, no pudo evitar soltar un grito, el cual se convirtió en una carcajada malévola involuntariamente.
Una mata de pelo rojo había surgido de forma rizada y espontánea sobre su testa, sin ninguna explicación. Y otro escalofrío volvió a recorrer su cuerpo. Se rió de nuevo a carcajada limpia mientras un hormigueo desagradable le recorría la cara, y llegaba hasta la nariz. Cayó al suelo, entre convulsiones y risas, y alcanzó a palparse el rostro.
Observó con su tacto que de la cara le nacía directamente una pelotita del tamaño de un huevo, en lugar de su nariz. Continuó riendo en el suelo, hasta que consiguió levantarse y mirarse al espejo, todavía con la falsa felicidad dibujada en la cara, tratando de tapar su angustia.
Observó un rostro maquillado, con una nariz roja enorme y esférica que nacía directamente de la cara. Dos redondeles inmensamente grandes en las comisuras de los labios de color carmesí muy parecido al de la naríz, y un antifaz negro dibujado en el contorno de los ojos.
Rápidamente y repleto de terror se palpó el rostro, no sin antes mojer sus manos en agua para después comenzar a frotar.
Observó con gran pesar que el maquillaje seguía adherido a su rostro, y lejos de echarse a llorar, comenzó a reír.
Trató de salir corriendo, pero se tropezó por cupa de unos zapatones del tamaño de dos barras de pan que habían aparecido debajo de sus pies, de color amarillo chillón. La angustia y las ganas de llorar recorrían su cuerpo a una velocidad vertiginosa. Casi la misma a la que su corazón latía. Y salió de casa escopeteado como un fotón de luz.
Cuando hubo salido, miro al cielo cubierto de estrellas. Podía verlasa pesar de la contaminación lumínica, y se echó a reír otra vez. Una carcajada que resultaba inquietante y divertida a la vez, y echó a correr calle abajo, riendo sin parar. Con la calle desierta, y las voces de un payaso atormentando al silencio, acababa la noche, y a punto de despertar, siguió riendo.

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