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miércoles, 9 de marzo de 2011

Amanecer.

Tinieblas oscuras ondean en el cielo de la parte este de todo un continente. Moles de sombras acarician sinuosos valles con sus aterciopeladas tentaciones fúnebres. Toda la mitad del planeta sumida en una negrura opaca y densa, como una gran sábana que arropa al mundo. Dragones negros que no escupen fuego, sino miedo, sobrevuelan el paraíso tétrico que se dibuja bajo sus escamas, tiñendo aún más el atezado y gris paisaje. Montañas repletas de nieve que se vuelven plomizas a la luz de la luna. Océanos gigantes cuya superficie es, ahora, más oscura que sus entrañas abisales.

Se escuchan relinchos al otro lado del universo, y el emisor de dichos sonidos despierta por fin. Una bestia de fortaleza titánica latente dentro de sí escapa de su ánima y se alza sobre las patas traseras mientras toda su energía se concentra en la garganta, y vuelve a relinchar, moviendo a su vez, muy levemente, las patas delanteras. Los portentosos músculos del animal se marcan en su elegante y torneado cuerpo blanco como la nada, y sus crines en forma de melena ondean al viento provocado por su propia fiereza. Y de pronto, estalla la luz. Una gran explosión lumínica de color dorado brotando de su piel, saliendo por todos sus poros. Y sus pezuñas metálicas desprenden virutas de escarcha mañanera en la helada cara oeste del planeta encuanto se posa sobre sus cuatro patas.

Los músculos vuelven a tensarse, pues ya ha comenzado su recorrido. Las crines dibujando tirabuzones en el aire al paso raudo del furioso y refulgente caballo que cabalga con una celeridad absoluta, haciendo alarde de su condición divina. Su ceño fruncido le advierte del peligro, pues los dragones nocturnos se percatan de su presencia, y se lanzan hacia él en una acometida violenta, con sus garras afiladas como el sílex. Pero conforme se acercan planeando sobre sus alas magnificentes como las de un murciélago de más de trescientos metros sobre la divinidad equina, escupiendo terrores inimaginables propios de los sueños más tortuosos que pudiera soñar la mismísima oscuridad, van desintegrándose, y rugen como demonios cuando sus escamas se deshacen por completo en el destello fugaz de la luz divina.

Galopando con furia sobre un hemisferio, ya llega, sobre sus poderosas patas. Una increíble bola de fuego. Furia ígnea de inimaginable poder equino que baña de oro y calor la cara del planeta que sueña con Amanecer.

5 comentarios:

  1. Es preciosa, fantástica pero concreta. Buen trabajo!

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  2. Es preciosa, fantástica pero concreta. Buen trabajo!

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  3. Perfecto, como siempre. Un detalle: en cuanto, va separado.

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  4. Muy bueno. Es como si hubieras transformado o tomado un poco de la historia de el Amanecer del carro de Helios. Me ha gustado.

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