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viernes, 19 de noviembre de 2010

Un punto de vista Alemán (parte 2)

Las lanchas anfibias comenzaban a llegar, y el capitán dio la orden:
- ¡Disparen los morteros, soldados. Vamos a sembrar el más absoluto caos! ¡Seig Hail!
Los proyectiles de mortero comenzaron a silvar el aire, y se empezaban a escuchar los gritos. Las balas salieron con fuerza, como si fuera un tromba de agua, pero sustituyendo las puras y efímeras gotas de agua por los crueles y metálicos proyectiles de nuestras armas.
Desperté, ya era la hora. Agarré fuerte mi arma y comencé a disparar. No disparaba con conciencia, pues no era yo, era la guerra que se había apoderado de mí, y ahora luchaba por sobrevivir.
Las lanchas se acercaron aún más, y el mar se comenzó a teñir carmesí. Los soldados americanos saltaban por la borda de sus lanchas antes de llegar a tierra, y la mayoría, moría atravesado por una bala.
Observé como algunas granadas de mortero caían sobre grupos de unos cuantos hombres, y sus extremidades y vísceras salpicaban la arena de la playa, y se juntaban con el mar, que se volvía aún más rojo.
Miré a mi izquierda, y allí estaba Hans, asustado, sin disparar, mirando la muerte y la destrucción que estábamos creando.
- No.. no puedo disparar.. ¡No puedo!¡Quiero irme a casa!¡Quiero abrazar a mi familia!
Hans salió corriendo, sollozando como un niño al que le acababan de robar un caramelo, gritando como un loco, y sin soltar mi arma, le repliqué rápidamente:
- ¡Hans no!
Sabía lo que pasaba si se retiraba de la batalla.
- ¡¡¡HANS!!! ¡Vuelve!
Observé cómo se alejaba de la zona de combate en la llanura posterior a la playa. Después escuché unos gritos provenientes de la aprte de arriba del búnker, y un disparo. Hans cayó en el acto.
- Eso ocurre si le dáis la espalda al tercer Reich. ¡A por la victoria soldados!
El capitan Zünner lo había dejado bien claro. Me sacudí la cabeza y agarré mi arma. Seguían llegando lanchas, y los pocos que conseguían salir de ellas con vida se refugiaban del fuego alemán en los erizos de playa.
Comencé a disparar de nuevo, matando soldados americanos para repeler el ataque y luchar por mi vida. Las lanchas que continuaban llegando se amontonaban en la playa, y algunas aplastaban los cadáveres que quedaban en la arena. Los médicos americanos intentaban sin éxito salvar alguna vida que otra.
Estaba realmente asustado, el corazón me latía a ritmo de jazz, y unas lagrimas cargadas de culpa escurrían por mis mejillas. Pero prefería ser asesinado por los invasores americanos que por mis propios camaradas, así que lucharía hasta el final.
Una bala pasó tan cerca de mí, que noté su fuego ardiente cargado de odio en la cara. Me oriné encima. Estaba asustado, quería volver a casa con mi familia, y no tener que presenciar nunca más tanta muerte y desolación. Sólo quería sentir calor humano, y dejar a un lado el odio y la ira.
Después de 30 minutos de frenético combate, se unieron a la batalla el escuadrón de tiradores, y cerca de 20 hombres entraron en los búnkeres, armados con Mosin Nagants, y comenzaron a disparar, matando a todos los enemigos que intentaban avanzar por la playa.
Los morteros seguían machacando las fuerzas americanas, y los gritos de dolor se extendían por toda la playa como un virus mortal.
Las balas arañaban la arena, y las vidas se apagaban rápidamente junto con la decencia.
Los morteros seguían destrozándolo todo, tanto la playa, como las vidas de los asaltantes.



Lo último que recuerdo es una gran explosión que me obligó a soltar mi arma. Caí al suelo sin poder moverme, incosciente. Cuando desperté, el sonido de las bombas y morteros, así como de los disparos, había cesado.
Veía todo borroso, y sólo pude observar el cañón de un arma apuntándome entre ceja y ceja, más tarde una voz, y una mano que apartaba el arma de mi cara.

Ellos tendrían conmigo la piedad que yo no tuve con sus compatriotas.

2 comentarios:

  1. Me ha encantado, nunca había lo había visto de ese modo.

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  2. Muy bueno, pero una pregunta: ¿El Mosin Nagant no era soviético?.

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