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sábado, 30 de julio de 2011

Eva

Otto alargó el brazo hasta la mesilla de noche, y encendió un cigarillo. El humo comenzó a llenar la habitación decorada únicamente por una ventana dibujada en una de sus paredes, justo en frente de la ventana real, que daba a un patio interior bastante mal iluminado.

Eva ladeó su cuerpo desnudo para abrazar el de Otto, colocando su mano derecha sobre su pecho a la par que acurrucaba la otra como llevándola a sus adentros. Su pierna derecha cubrió la de su compañero de cama, el cual expulsó de sus pulmones una bocanada de humo.

Otto sintió el cuerpo de eva. Sus pechos, de considerable tamaño, se juntaban con el torso de su pareja, la cual acariciaba su hombro con la sensibilidad de un ángel. El erotismo comenzó a fluír por su cuerpo, y Otto tuvo que ladearse un poco para apartar la pierna de Eva suavemente con el fin de disimular un poco la erección. Después, dejó el cigarrillo en el cenizero de la cómoda, y soltó otro escupitajo etéreo de humo.

- ¿Qué ocurre? - Dijo Eva - Llevas todo el rato callado.

Otto se ladeó aún más, no sólo porque su sexo hubiera tomado más volumen, sino para evitar el tener que contestar. Odiaba las preguntas incómodas, y un "¿Qué ocurre?" lo es. O al menos lo era en ese instante.
Eva preguntó de nuevo, mientras Otto giraba muy lentamente su cuerpo, y mantenía la mirada fija en el techo de la habitación, observando los diversos desconchones a causa de la humedad, mientras eva continuaba arrimando sus sinuosas curvas y su piel blanca como el olvido se adhería a la de Otto, acentuando aún más su excitación.

Sus partes pudendas entraron en contacto sin remedio, y ambos dieron un respingo. Eva sonrió, a diferencia de Otto que se mantenía en la misma posición que antes, habiendo cerrado los ojos, sin embargo, motivo del cosquilleo que le recorría la espalda al notar la lengua húmeda y suave de Eva jugando con su cuello. Sus dientes arañaban de forma cariñosa la piel de Otto, al cual se le estaba empezando a poner la carne de gallina, y el vello se erizó hasta el punto de notar todos los poros de su piel, como géiseres ardiendo por dentro. Los labios, los dientes, y la lengua de Eva eran, en conjunción, un bombón irresistible para el paladar del tacto sensible de la unión entre cuerpo y mente de Otto, el cual comenzó a notar la suavidad y el fino tacto de unas manos jóvenes sobre su sexo.

No pudiéndolo controlar más, Otto habló:

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