Empezaba a llover oscuridad, y rayos de noche  asustaban a los lobos que merodeaban por el bosque.
Caperucita avanzaba temerosa, con la manta roja sobre la cabeza y las  manos, procurando calentarse a sí misma un poco. ¿Dónde estaría la casa  de su abuela? Llevaba caminando ya más de 3 horas seguidas, y a parte de  que ese cazador demente y la alcoholica de su madre le estarían  buscando comenzaba a asustarse por los ahullidos de los lobos que  escuchaba al horizonte.
Después de otra media hora de arduo  camino, vislumbraba entre unos arbustos la esperanzadora esctructura de  una casa de madera, una casa poco cuidada y con algún desconchón.
Se aproximaba a la casa y en el interior sin ella saberlo se libraba una  intensa batalla.
La abuela de Caperucita estaba escondida en un armario, aterrada ante la  invasión canina que había irrumpido en su casa.
Gracias a que la incursión le había pillado guardando unas ropas viejas  en el armario había podido esconderse encuanto hoyó un ladrido y el  crujir de la putrefacta puerta de madera.
Un lobo de impresionantes dimensiones avanzaba por el diminuto  habitáculo de la casa, relamiéndose, pues sabía que había carne fresca,  aunque vieja y arrugada, pero carne fresca que poder llevarse a la boca.
La abuela se puso tan nerviosa que le dio por llorar de pánico, y ahí  comenzó su perdición. El lobo localizó esas ondas sonoras con su agudo  oido, y avanzaba hacia la puerta el armario con hambre, mucha hambre.
Encuanto  el hocico del animal tocó la puerta del armario, la abuela salió lo más  deprisa que pudo por la puerta contigua, pero su longevidad y su poca  forma se notaban demasiado, y no pudo hacer frente a todo el alubión de  emociones que se le veía encima, se tiró al suelo, y asustada y entre  llantos y sollozos, comenzó a rezar.
El lobo, un inmenso animal negro y gris por la parte inferior, se  avalanzó sobre ella, mordiéndole la yugular sin piedad, y la pobre  anciana pataleaba en el suelo, llorando lágrimas de sangre, suplicando a  Dios que protegiera su vida, aunque sabía que estaba acabada.
El lobo zarandeaba la cabeza de la pobre mujer mientras esta soltaba sus  últimas palabras: Unos patéticos gritos ahogados que sólo despertaban  lástima, temor, y angustia.
Cuando la abuela hubo muerto, el lobo, ese inmenso animal, se dedicó a  morder la cara de la anciana, desgarrándole la piel, y tragándosela sin  masticar.
El cuerpo sin vida de la anciana (o lo que quedaba de él, ya que el lobo  se había puesto las botas comiéndose su cabeza, un grazo, y parte de  sus intestinos) yacía en el suelo sobre un charco de sangre que casi  alcanzaba la plenitud del salón.
----
Caperucita se acercó a  la casa, y en las inmediaciones de la puerta ya preguntaba si había  alguien ahí.
La emoción de volver a ver a su abuela se disipó encuento vio un hilo de  sangre correr por el quicio de la puerta.
- ¿Abuela? - Las lágrimas empezaban a asomarse por sus ojos vacíos.
- Abuela por favor.. di algo..-
Se acercaba entre lágrimas a la puerta, e iba a coger el pomo de la  misma cuando de repente la entrada se abrió de golpe, y el inmenso lobo  surgió de la oscuridad del lugar, avanzando on la boca llena de restos  de sangre, avanzó hasta un pequeño claro que había unos metros más  alante, y después de otear el paisaje se hechó a dormir a la sombra de  un árbol.
Caperucita ya se temía lo peor, y su corazón latía a ritmo de Jazz.  Entró corriendo a la casa de su abuela, tan asustada que no se dio ni  cuenta de los disparos que sonaban en el horizonte.
Frenó de seco, con la planta de los zapatos manchadas de sangre, y  observó una mancha negra tendida en el suelo detrás de la cortina que  separaba los dos habitáculos que comprendía esa diminuta estancia.
Avanzó lentamente, y su manita agarró el borde de la cortina que se  apresuró a correr. Un insoportable grito salió de su pequeña garganta.  Estaba viendo el cuerpo muerto de su abuela, mutilado y desangrado, Un  cuerpo putrefacto sin cabeza y con las tripas fuera. La niña observaba  con horror la mutilación de su propia abuela y tiró la desta de  comestibles sobre él, para acto seguido salir corriendo despavorida  entre gritos de aquel malholiente lugar.
Caperucita salió de la  casa corriendo, sin mirar hacia ningún sitio, con los ojos llenos de  lágrimas, y los zapatos llenos de sangre anciana. Corría muy rápido, y  como no miraba más que a su propia autointrinsiquedad, se chocó de  bruces contra la esbelta figura de un hombre, y cayó al suelo desplomada  por el impacto.
Cuando se recuperó del trauma, alzó la vista y observó el inmenso bigote  que calzaba el rostro de aquel señor, sus cejas pobladísimas y su poco  pelo negro haciéndo remolinos sobre su cabeza.
- ¿Qué te pasa niña? - El cazador había reconocido a Caperucita. De  hecho había sido su madre la que le había mandado a buscar a su hija.-  ¿No tienes suficiente con lo que te da tu madre que también tengo que  atizarte yo?
- ¡Ayuda, un lobo. Mi abuela, por favor!- Sus palabras brotaban de su  garganta sin sentido, y repetía lo mismo una y otra vez. Aquellos ojos  preadolescentes habían quedado sellados con la imagen de la muerte en su  retina para el resto de sus días, y no podía hacer nada para evitarlo.
El  cazador fue corriendo hasta el claro donde descansaba el lobo, y con  los ojos inyectados en sangre, sacó su cuchillo de la funda de la  cintura, y le asestó 25 puñaladas a la bestia mientras dormía. El pobre  animal sólo había podido aullar sin éxito, y aquel cazador demente  seguía apuñalando el cuerpo del animal con saña y sin piedad mientras  gritaba "¡yo sacaré a tu maldita abuela de las entrañas de este demonio,  yo!".
Caperucita, horrorizada, no hacía otra cosa, que gritarle al loco y  peligroso cazador que parase, por Dios, que parase de una vez.
El  cazador no puso fin en su empezo, y después de la centésima puñalada, la  pureza de la preciosa hierba que brillaba frente a la luz de la luna se  teñía carmesí en un halo bermejo macabro, y las entrañas del animal se  desparramaban sobre el césped. El cazador sin ningún escrúpulo, metió la  mano en las fétidas y calientes tripas del lobo, y rebuscó durante  medio minuto más o menos, hasta encontrar lo que estaba buscando, la  calavera de su anciana suegra. Después la elevó, y se la enseñó a la  niña, que se tapaba el rostro con las manos.
- Aquí está la vida de tu maldita abuela. ¡Cógela y sé feliz, maldita  sea!- El cazador le obligó a sostener la calavera sanguinolienta de su  antepasado, y en ese instante, Caperucita Roja, esa pobre niña sin  nombre ni identidad, comprendió que la única manera que podía ser feliz  era gracias al suicidio.
Brutal
ResponderEliminarMadre mía. Bestial. Pobre niña, de verdad, y hasta me dio pena el lobo, de tanto que lo apuñaló el cazador...
ResponderEliminar