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domingo, 1 de mayo de 2011

Oda a ella

Me llevó dentro de su vientre durante nueve largos meses. Conectados por un cordón, mientras me alimentaba de ella, y nuestros corazones se sincronizaban. Aguantó los vómitos y las arcadas mientras yo estaba dentro, y sonreía al poner la mano sobre su barriga y notar mis patadas. Notaba como mi vida se iba gestando dentro de ella, y sentíamos calor el uno del otro.

Quise nacer, quise salir al exterior para conocer a la persona que me tuvo en su cuerpo tanto tiempo, y deseaba que saliera para quererme y cuidarme. No se enfadaba cuando le golpeaba inconscientemente con mis manitas de bebé, ni cuando le mordía cuando me alimentaba. No se enfadaba cuando, en mitad de la noche, mis llantos despertaban a todo el vecindario, y me abrazaba hasta que conseguía calmarme. No se enfadaba por nada, y me acurrucaba en su seno dándome el amor que sólo una madre puede dar a su hijo.
Estuvo ahí para alimentarme, para enseñarme a hablar, a correr y a caminar (por ese orden). Me acariciaba las cejas posadas sobre mi piel de pelusa hasta que me quedaba dormidito, y después me daba un beso en la frente y volvía a la mañana siguiente para comenzar otro día juntos.

Sufrió como María cuando me veía llorar en épocas de desesperación. Miles de llantos que me hicieron morir un poco más, y darme asco a mí mismo. Pidiéndole perdón una y otra vez en silencio, sabiendo que me perdonaría. Lloró por mí tanto como no se merecía llorar, y  mi vida se apagaba a cada llanto. En esos tiempos oscuros, una sonrisa de mi madre bastaba para volver a creer en la humanidad, para volver a levantarme otra mañana y saber que ella estaría ahí para darme un abrazo.

Me dio la vida, y me la da cada día. Formó mi cuerpo dentro del suyo, y me dio una existencia, me dio un cuerpo terrenal, físico, real, con el que poder amarle, y llorar tratando de explicar sólo con palabras todo lo que siento por la cuna de mi razón de ser. Pero aunque las lágrimas mojen las manos con las que escribo, jamás podrán emborronar lo que mi madre me ha dado.

Los amigos, las relaciones, los objetos o incluso en ocasiones, los conocimientos, vienen y van, pero el amor que siento por mi madre jamás podrá evaporarse. Jamás se disolverá, y nunca podré separarme de mi matriz. De la persona que me dio la vida, y me da un motivo para no perderla después de habérmela ofrecido, aunque la daría por ella. Se sentaba a mi lado cuando me veía llorar, me secaba las lágrimas, y lloraba conmigo.

Una rosa, un texto, una joya... son símples objetos que puedo regalarte de forma física, pero jamás podrán, bajo ningún concepto, igualar todo lo que tú me has regalado: Mi vida, mi madre.

Te quiero, mamá. Tu sonrisa me da la vida otra vez más.

1 comentario:

  1. "Yo una vez fui un hombre atrapado en un cuerpo de mujer"

    Tu y tu madre sois geniales :)

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