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lunes, 30 de mayo de 2011

Torturas Nazis (parte 5)

6 de agosto de 1939.

- ¿Y si le ha pasado algo? - Preguntó Linda.

Sus ojos azulísimos se posaron sobre los de su madre, la cual observó de arriba a abajo su figura antes de hablar esbozando una sonrisa materna.

Linda era una hermosa mujer. Sus rasgos faciales poseían una armonía casi perfecta, con los pómulos apenas marcados, y una nariz proporcional y perfectamente ajustada al tamaño de su cara. Su sonrisa deslumbraba al sol con sus dientes alineados a la perfección bajo unos labios rojos y carnosos, sin ninguna grieta.
- Tranquila Linda, seguro que está bien. Se habrá retrasado un poco por el tráfico, o lo que sea, has de calmarte. - Dijo Angela, su madre, infinitamente parecida a ella, pero con una buena dosis de edad encima. El pelo, en vez del rubio completamente amarillo que poseía su hija, se había cubierto de nieve con el paso de los años. Pero aún así conseguía ser una mujer atractiva. Mayor, pero seductora al fin y al cabo.

Linda y Angela esperaban, junto a 1500 personas más, al pie de la iglesia mayor de Berlín. Sólo Angela y su hija aguardaban encima de las escaleras magnificentes y empinadas, con una alfombra de terciopelo rojo cubriendo cada escalón, que daban paso a la catedral.

Una catedral majestuosa, por cierto. De estilo gótico, con unos ventanales en forma de arco apuntado del tamaño de autobuses, con unas vidrieras que representaban escenas bíblicas . La planta estaba diseñada y construída en forma de cruz latina, y los increíbles contrafuertes y estribos con decoración flamígera, aguantaban el peso de los arbotantes que se adherían a los muros del edificio como patas de arañas negras gigantes.
El sol penetraba entre las inmensas vidrieras, y reflejaba su luz multicromática en el interior de la iglesia, llenándola de infinidad de colores y formas, dándole una espectacular visión épica.
La catedral estaba situada casi en el centro de Berlín, y una gran carretera pasaba a su vera (mejor dicho, delante suyo), que conectaba la gran catedral con la mayoría de puntos de referencia o situaciones clave de Berlín. Sobre una gran plaza, bastante austera, con la única separación de la vía asfaltada, y a excepción de la gran catedral, no se divisaba ningún otro edificio (al menos de características similares, con esas proporciones bíblicas majestuosas).

- ¡Coche, coche! - Dijo un observador de tantos que esparaban en la parte de abajo de las escaleras, y todo el mundo se giró hacia la carretera para observar el motivo de la alarma.

Linda sonrió al mismo tiempo que miró a su madre, la cual llevó sus manos hacia los hombros de su hija para colocarle bien el vestido. Un vestido blanco con detalles bordados en un plateado mate en forma de bucles y rulos que salpicaban toda la falda. El entallado de su cintura realzaba aún más la sinuosidad de su cuerpo cuasi-perfecto, contando además, con el detalle de que sus zapatos de tacón de aguja estilizaban aún si cabía su figura, elevando sus piernas, matizando el contorno de su pecho y sus hombros, y haciendo que el día de su boda pudiera ser perfecto. Al menos estéticamente hablando.

Llegó desde la solitaria carretera un coche negro, modelo Mercedes Benz W31 G con la capota subida, con dos banderas en los guardabarros de los faros, con un color rojo muy llamativo y una Esvástica dibujada a trazos perfectos en el centro. También llevaba, en la parte del capó, una serie de orquideas y lazos dando una clara imagen de nupcialidad.
El coche se detuvo en el centro de la carretera, en paralelo a las escaleras, y un hombre salió del asiento de conductor, con una gorra de chófer en la cabeza, a juego con su uniforme. Con su cara rechoncha y sus manos cubiertas por un par de guantes blancos, avanzó hacia la puerta de pasajeros que daba lugar a la parte de la catedral, y abrió la puerta, mostrando una siniestra silueta desde el interior del vehículo.

Lindërr puso un pie en el suelo.

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