Una acusación. Ojo abierto y dedo que señala.
Se lo llevan preso con las manos atadas a la espalda mientras la gente le insulta, le escupe, le tira piedras y otros objetos.
Le sientan ante el tribunal de la Inquisición, y le declaran culpable de herejía. ¿Pruebas? su autoengaño.
Ya en las mazmorras de tortura le instan a confesar. "¿confesar qué?" Pregunta él. "No mientas, hereje, estás al servicio de satán" replica el inquisidor. "Siervo y esclavo de cristo nuestro señor".
El inquisidor se va, y el látigo azota su espalda. La muerte ronda por allí cerca, pero no se atreve a acercarse aún.
El duro cuero del látigo penetra en su piel, abriendo más las heridas, haciéndole sangrar, y manchando el suelo de ese mugriento sótano de piedra.
"¿cómo nos libramos del hereje?" Se pregunta Torquemada, cruel y sonriente.
Una idea brilla en su enferma cabeza, y con las heridas todavía latiendo, sacan al reo de las mazmorras y le dirigen hacia el Toro de Falaris.
No opone resistencia, pues sabe que si lo hace será peor. Se mete dentro del toro de metal, y las puertas se cierran. El fuego debajo suyo comienza a arder.
Comienzaa a subir la temperatura, y Torquemada ríe.
El preso comienza a gritar. Ampoyas se levantan en su piel, reventando y supurando sangre. La victima grita, y el toro emite sus macabros alaridos en forma de mugidos.
El preso se deshace vivo dentro del toro infernal que le cocina a fuego lento. La muerte le llega derritiendo su cerebro. Y el inquisidor ríe. Y nadie hace nada. Y Dios observa, observa cómo son sus abominables creaciones.
La tipografía es la ropa de las letras, y su sastre es el encargado de transformarlas en belleza. Crea letras, crea frases, crea líneas, crea párrafos, crea textos, crea libros, pero crea algo. No hay nada más maravilloso y locuaz que transmitir belleza con símbolos cicateros sin atractivo. ¡Escribe!
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