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miércoles, 22 de febrero de 2012

Sin camino necesario.


Doliente como tal hablo, que sin tu ausencia mi vida se apaga. Muero si no estás conmigo, y en brisa me convierto, pues la brisa me lleva, como el viento se lleva a la nada, así como en nada me convierto, así como la brisa se convierte en viento, y el viento a la nada se lleva.

Saliendo de un paseo entre caminos empedrados con la sutileza de una pincelada rocosa sobre un lecho suave como pudiera ser la arena, con arbustos que se dirían lúgbres si el sol no bañara su estampa, camino perdido, y en la sombre se camufla el miedo, buscando la oscuridad de lo contrario a lo que es el camino, el camino que yo busco.

Recuerdo que no hablaba de personas, que eran las personas las que a mi llamaban, como si su salvador pudiera en vida dedicar a ellos lo que en la muerte si podría, como alma que lleva el que a mi alma se llevó, quien no espera que le traten de diablo ¡Pardiez! que de diablo no han de tratar al prójimo, si de malos no quieren vestir, que de harapos vistan, es la única manera de desnudar la mentira, que a fuerza un uniforme único que todos conocemos se aferra, que no obren de malos, así de sencillo.

Mientras paseaba, cambiaba a veces el sentido de la marcha, y pensaba que eso era la vida. Cambiar de sentido pudiera ser más conveniente, siempre sabiendo que el sentido es el mismo para todos los mortales, y es imposible cambiarlo. Imposible, al menos, dentro de una mente cuerda, a diferencia de la que estas líneas escribe y mi cabeza ocupa. Por tanto sin preocuparme de la ocupación que mi mente insana pudiera darle a mi cuerpo de forma involuntaria, como involuntaria es la decencia, o la cordura, o la serenidad, o la culpa, o la vida, cambié.

Sin aminorar la velocidad, volvía por donde había venido, sin darme cuenta de que ya resultaba demasiado conocido ese camino para percatarme de que más peligros desde mi retirada habían llegado, y sin poder contenerlos, desde la confianza que me aportaba el sol durmiendo sobre la montaña, atacaron de pronto, alimañas en formacion, de detestables agujeros. Muriendo de envidia, y con el cuerpo descompuesto, visible por el olfato de cualquier persona, tampoco muy avispada, atacaban sin piedad.

Una lucha muy brava se cobró la pena de cientos de miles de pensamientos, que aunque válidos para un enfermo, no eran racionales para la persona más cuerda. Si no se me trata de cuerdo, ¿Dónde fueron esas ideas, esos pensamientos, todas esas falacias inventadas por mi mente enferma que lucha desesperada en este empedrado terreno por salir a la luz, y vislumbrar algo de serenidad? Sereno ando. Por este camino. Mucha oscuridad, pero tranquilo al fin y al cabo, que este texto termino con un apenas concebible por el ojo humano brillo de tristeza en las pupilas negras como el camino que ahora piso.
Y que el martillear de mis dedos sirva de precedente, esperando que todos aquellos desafortunados dementes que lean esta prosa poética, para siempre cambien sus vidas.


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