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lunes, 31 de enero de 2011

Miedo a la oscuridad

Desde su cama, acurrucado y asustado, clamaba a gritos acallados por el miedo un poco de luz.
Intentaba converncerse de que estabs olo en la oscuridad, de que ahí no había nadie.
- ¿Hola? - Dijo con la voz temblorosa.
"Aquí no hay nadie, sólo estás tú, hablando a una nube negra como un estúpido en tu cama. Estás hablándole a la oscuridad, a la más absoluta y solitaria oscuridad." Pensó.

Trató de recapacitar: "ya eres mayorcito para estas cosas. ¿Acaso no te das cuenta, idiota, de que estás hablando solo como un demente? Aquí no hay nadie, más que tus sábanas y tú. Duérmete de una vez".
Pero en cuanto cerraba los ojos volvía a imaginarse presencias extrañas rondando la habitación. Pequeños sonidos que se abrían paso desde su propio miedo hasta sus oídos. Y vislumbraba caras deformes en las cortinas y en el armario gracias a la triste penumbra que vestía el habitáculo, y que se colaba perezosamente en forma de rayos de luz de luna por la rendija de la ventana.
"¿Qué diablos ha sido eso?" Pensó de nuevo. "Oh... el murmurar del viento, no ha sido nada...".
Su mente se obcecaba en la idea de que no estaba solo, de que algo le acompañaba. La idea de que en esa habitación, además de oscuridad, miedo y subconsciente traicionero, había otras presencias dispuestas a atronar en su cabeza durante toda la noche. Tenía miedo.
Agarró la sábana y se tapó hasta la naríz, la cual sobresalía como una pequeña pelota por el borde de la manta, al igual que sus diminutos dedos.
Una gota de sudor frío le recorrió la sien, y pensó: "Estás solo aquí, estás solo aquí", una y otra vez "Estás solo aquí, estás solo aquí" - Estás solo aquí...

- ¡Estás solo aquí! ¡¡Estás solo aqui!! - Gritó en voz alta sin darse cuenta, mientras apretaba muy fuerte los ojos hasta el punto de observar pequeñas luces rosas, amarillas y naranjas pululando por sus párpados cerrados. Luces oscuras, pero brillantes entre tanta oscuridad.

Después de gritar, abrió los ojos lentamente, muy lentamente. Todos los sonidos que pudiera haber se escaparon volando por la ventana cerrada, las caras misteriosas se esfumaron escondiéndose entre las cortinas, y las presencias extrañas se desvanecieron como por arte de magia.
Parecía que el miedo se había esfumado, ya no había nadie más que él y su paranóica imaginación...




Pero sólo en ese instante, se dio cuenta de que, en realidad, no quería estar solo. Y mucho menos en ese momento.

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